5 de abril de 2012

Lo que Jesucristo padeció de parte de sus apóstoles.


Los más cercanos a mí me han abandonado. (Job., XIX, 14)

La Captura de Cristo - Caravaggio


por el Padre Andrés Hamón ***

Meditaremos lo que padeció Jesucristo con ocasión de sus Apóstoles, a saber: 1º en la traición de Judas; 2º en la negación de San Pedro; 3º en la deserción de los otros Apóstoles. – Tomaremos en seguida la resolución: 1º de desconfiar de nosotros mismos y poner nuestra confianza en Dios únicamente; 2º de soportar con paciencia todas las penas que nos vienen de las criaturas, aun de nuestros amigos. Nuestro ramillete espiritual será la queja de Job, aplicada a Nuestro Señor: Los más cercanos a mí me han abandonado. (Job., XIX, 14)

Meditación

Adoremos al Corazón de Jesucristo, tan amante de sus Apóstoles, tan paciente con sus defectos, tan generoso en los favores de que les colma; y no obstante tanta bondad, se ve traicionado, negado, abandonado por ellos. Adoremos su misericordia, alabemos y bendigamos su indulgencia con sus debilidades humanas.

Punto Primero

Jesús vendido por Judas

Nuestro Señor había colmado a Judas de sus bondades; le había hecho su Apóstol y su amigo y honrado con el don de milagros. En la última Cena, le había lavado los pies, se había dado todo entero a él en la Comunión; y, en lugar de agradecer tantos beneficios, el infeliz le vende a los judíos por treinta dineros, marcha a la cabeza de los enemigos que va a prenderle y le da el pérfido beso, señal convenida para designar a los soldados aquél a quien debían prender.

¡Oh! ¡Cuán dolorosa fue esta traición para el corazón de Jesús! Sí, cuando se ama, es doloroso no poder hacerse amar, ¿qué será no recibir, en cambio de su amor, sino perfidia y maldad? Nuestro Señor quiso soportar esta pena para consolar a aquellos a quienes hacen gemir la ingratitud o la perfidia, y enseñarle cómo deben conducirse en estas circunstancias. No opuso a la traición sino bondad y mansedumbre. ¡Amigo! le dice a Judas. Esto es decirle: Si tú ya no me amas, yo te amo siempre y estoy dispuesto a darte el perdón, como lo estoy a recibir la injuria que sin razón me haces. Lo que era decirnos a nosotros que no debemos enfadarnos jamás ni aún contra aquellos que nos ofenden, teniendo más obligación de amarnos; que sintamos más bien compasión que indignación con el que nos falta, y no perder jamás, la confianza en la divina misericordia, puesto que Jesucristo conservó el nombre de amigo a Judas, aun después de su crimen. “¿Por qué vienes a entregarme?” agrega el Salvador. ¡Cuánto sentimiento hay en este por qué? ¡Por treinta dineros, la maldición de Dios! ¡Por un vil interés temporal, la reprobación eterna! ¡qué locura! ¿Por qué, ¡oh, alma cristiana! esos cuidados, esa solicitud para satisfacer el orgullo, la ambición, la concupiscencia? ¿Qué ventaja sacaréis de ello? ¿Por qué esa tibieza en el servicio de Dios, esa frialdad en la oración, ese tiempo perdido en conversaciones inútiles, en lecturas frívolas?  ¿Qué os aprovechará? ¿Por qué toda vuestra vida? ¿Por qué cada una de vuestras acciones? ¿Cuál es su fin? ¿Cuál es su fruto?

¡Oh! ¡qué falta de razón en el alma que peca, en el alma que se propone otro fin que Dios, sea en lo que hace, sea en lo que proyecta!

Punto Segundo

Jesús negado por San Pedro

Dejemos al silencio de la oración el decirnos cuál fue, en esta circunstancia, el dolor del Corazón de Jesús y meditemos las instrucciones tan útiles que nos ofrecen la caída y la conversación del Apóstol. 1º Su caída nos enseña: 1º a desconfiar de nosotros mismos. San Pedro cayó porque presumió de sus fuerzas; así caerán todos los presuntuosos, que se creen seguros en su virtud; 2º a no separarnos de Jesucristo, por la sociedad mundana o por la disipación; San Pedro seguía de lejos al Salvador, dice el Evangelio; 3º a evitar las ocasiones; San Pedro se acercó a conversar con los criados; 4º a fortalecernos por la vigilancia y la oración; Jesucristo había ya recomendado estos dos medios; San Pedro se había dormido en el Huerto de los Olivos; 5º a levantarnos prontamente después de la primera caída, sin lo cual iremos cayendo de abismo en abismo. Pedro, al primer asalto, dijo: “No conozco a este hombre”; al segundo, confirmó con juramento estas desgraciadas palabras; al tercero, confirmó este juramento con imprecaciones. Así se va, de caída, cuando se tarda en levantarse.

2º La conversión de San Pedro no nos da menos provechosas lecciones que su caída. Nos enseña: cuán bueno es Nuestro Señor: con una mirada toca el corazón de su Apóstol y lo convierte. ¡Oh mirada bondadosa! Pedro no busca a Jesús; es Jesús quien da los primeros pasos. ¡Mirada poderosa! Levanta el valor de Pedro y le hace derramar torrentes de lágrimas. ¡Mirada llena de mansedumbre! 1º Evita a Pedro la vergüenza de su crimen y cura la úlcera sin tocarla. ¡Mirada generosa! Jesús olvida sus propios dolores, para ocuparse en la conversión de su apóstol, y vuelve a recibir a su esclavo, después de haber sido ultrajado por él. ¡Feliz quien comprende el poder de esta divina mirada, sabe exponerle sus llagas y abrir a Jesús su corazón! La conversión de San Pedro nos enseña, 2º a llorar nuestras faltas, no por temor, sino por amor, y a llorarlas amargamente y siempre; Pedro lloró hasta su muerte la desgracia de haber negado a su maestro, y sus mejillas llevaron, mientras vivió, las huellas de los torrentes de lágrimas que corrían de sus ojos. Recojamos en el fondo de nuestro corazón todas las enseñanzas que nos ofrecen la caída y la conversión del Apóstol, y aprovechémoslas.

Punto tercero

Jesús abandonado de sus Apóstoles

Los Apóstoles, que habían protestado morir por Jesucristo, perdieron su valor en presencia del peligro, y le abandonaron. Aprendamos de aquí: 1º cuán débil y miserable es el hombre por si mismo, y cuan poco se necesita para hacernos faltar a nuestras mejores resoluciones; cuánto, por consiguiente, debemos desconfiar de nuestras fuerzas; no contar para nada con nosotros mismos; no exponernos jamás a las ocasiones peligrosas, sino vigilar y orar sin cesar para traer en nuestra ayuda la gracia divina, que es lo único que puede hacernos vivir bien. Aprendamos, 2º a no contar con las amistades del mundo, o a no descontarnos cuando ellas nos falten. Los Apóstoles todos habían prometido a Jesucristo que no le abandonarían jamás, y a la primera señal del peligro, todos cobardemente huyeron. Si Jesucristo ha soportado este abandono, soportemos a su ejemplo el abandono de aquellos mismos con quienes creíamos tener derecho de contar; contemos sólo con Dios, que no nos abandonará jamás, que nos acompañará siempre, y el El solo nos basta.

*** P. Andrés HAMÓN: Meditaciones para uso del clero y de los fieles para todos los días del año. Bs. As., Guadalupe, 1962, 2º Edición, Tomo I, pp. 630 - 633.

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