25 de abril de 2011

Jueves Santo - Fotos


Tomado de unavocecba.wordpress.com

Imagenes de nuestros muy queridos amigos de Una voce Córdoba, a quienes saludamos por Pascua de resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y felicitamos por su apostolado, el que es todo un ejemplo

Celebración de la Santa Misa tradicional del Jueves Santo en la Capilla de la Sagrada Familia de las Hnas. Terciarias Franciscanas de la Caridad, en Córdoba (Argentina). Ofició el Fr. Rafael Rossi (O.P.) y jóvenes integrantes de Una Voce Córdoba intervinieron como acólitos. El órgano estuvo a cargo del Prof. Paredes y el canto gregoriano por el Dr. Enrique Gavier acompañado por integrantes de Una Voce Córdoba. A la celebración litúrgica asistieron alrededor de 70 fieles. A coninuación más imágenes:









20 de abril de 2011

Jueves Santo

Con su única Misa pero solemnísima, y con las visitas al monumento, envuélvenos en una como ola eucarística, que nos obliga a no pensar en nada más qué en la última Cena de Jesús y en la institución del Sacerdocio y del Sacramento del amor. Es un día medio de gozo, medio de tristeza: de gozo, por la rica herencia que nos deja Jesús al morir, en testamento; de tristeza, porque se oculta a nuestra vista el Sol de Justicia Jesucristo, y empieza a invadirlo todo el espíritu de las tinieblas.

Antiguamente, en la mañana de ese día, había tres grandes funciones litúrgicas, que se celebraban en tres misas diferentes: la Reconciliación de los penitentes, la Consagración de los óleos, y la conmemoración de la Institución de la Eucaristía. De la primera sólo ha quedado como vestigio la bendición “urbi et orbi” que da hoy el Papa desde la loggia del atrio de la Basílica Vaticana.

Santa Misa “in Coena Domini” de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio católico.

Solamente hay una en cada iglesia, y sería el ideal que en ella comulgasen el clero y los fieles. Los ministros y la cruz del altar están revestidos de ornamentos blancos, en honor a la Eucaristía. Como en los días de júbilo, se empieza por tañer el órgano y cantar el Gloria, durante el cual se echan a vuelo las campanas de la torre y se tocan las campanillas del altar, enmudeciendo en señal de duelo todos esos instrumentos desde este momento hasta el Gloria de la misa del Sábado Santo. Prosigue la Misa en medio de cierto desconsuelo producido por el silencio del órgano. En ella se suprime el ósculo de paz, por temor de recordar el beso traidor con que Judas entregó tal día como hoy a su Maestro. El celebrante consagra dos hostias grandes, una para sí y otra para reservarla hasta mañana en el monumento.

En las catedrales celébrase con extraordinaria pompa la bendición y consagración de los santos óleos, efectuada por el obispo, acompañado por doce sacerdotes, siete diáconos y siete subdiáconos, revestidos con los correspondientes ornamentos.


Mandatum. Lavatorio de los pies de los doce apóstoles.

En las iglesias catedrales, en las grandes parroquias y en los monasterios, tiene lugar, después de mediodía, la ceremonia del lavatorio de los pies a doce o trece pobres. Está a cargo del prelado o superior. Es un acto solemne de humildad con que el pastor de los fieles imita al que en la tarde del Jueves Santo realizó Nuestro Señor con sus discípulos, antes de comenzar la Cena, una promulgación anual del gran mandato de la caridad fraterna formulado por Él al tiempo de partir de este mundo para el cielo.

El número doce de los pobres representa a los doce apóstoles, y el trece, según Benedicto XIV, al Ángel enviado de Dios que misteriosamente se agregó a la mesa del Papa San Gregorio Magno en la que, como de costumbre, comían cierto día los doce pobres por él invitados, y cuyos pies previamente lavaba.

Procesión al Monumento.

Terminada la Misa, se organiza una procesión para llevar al monumento la hostia consagrada que ha reservado el celebrante, la cual reposará allí hasta mañana, y recibirá entretanto las visitas de los cristianos que, aisladamente y en piadosas caravanas, acudirán al templo atraídos por el Amor de los Amores y por el beneficio espiritual de las indulgencias concedidas.

El monumento es simplemente un altar lateral de la iglesia, lo más ricé y artísticamente adornado que sea posible, con muchas flores y muchas velas y con un sagrario móvil colocado a cierta altura. Ningún emblema ni recuerdo de la Pasión debe de haber en él, y menos soldados y guardias romanos pintados en bastidores, como en algún tiempo lo estilaron ciertas iglesias.


Denudación de los altares.

A la procesión, que termina bruscamente con la reposición de la sagrada hostia en el sagrario, sigue el rezo llano y grave de las Vísperas, después de las cuales el celebrante y sus ministros despojan los altares de todo el ajuar, dejándolos completamente desnudos hasta el Sábado Santo, para anunciar que hasta ese día queda suspendido el Sacrificio de la Misa.

Al mismo tabernáculo se le desposee de todo y se le deja abierto, para dar todavía mayor impresión del abandono total en que va a encontrarse Jesús en medio de la soldadesca.

Históricamente, este despojo de los altares recuerda el uso antiguo de desnudarlos diariamente, a fin de que, no estando adornados más que para la Misa, resaltase más vivamente la importancia del augusto Sacrificio eucarístico.

R.P. Andrés Azcárate O.S.B., tomado de “La flor de la liturgia”.

9 de abril de 2011

Maestro de Ceremonias Pontificias: Los cambios litúrgicos del Papa son realizados de acuerdo con la lógica de desarrollo de continuidad con el pasado

Mons. Guido Marini


TOMADO DE NUESTROS AMIGOS DE

UNA VOCE CÓRDOBA (ARGENTINA)

Czestochowa (Martes, 05-04-2011, Gaudium Press) Importantes declaraciones ha dado Mons. Guido Marini al semanario católico polaco Niedziela (www.niedziela.pl), sobre el sentido de las modificaciones litúrgicas introducidas por Benedicto XVI en las celebraciones de su pontificado. En entrevista concedida a Wlodzimierz Redzioch, el Maestro Papal de Ceremonias Pontificias habló sobre la belleza en la liturgia, las intenciones de los Padres conciliares en sus disposiciones al respecto y el papel del Sumo Pontífice como punto de referencia litúrgico para la Iglesia Universal, entre varios otros temas.

“El Papa es el Sumo Sacerdote, aquel que ofrece el sacrificio de la Iglesia, el que ofrece la enseñanza litúrgica a través de celebraciones – el punto de referencia para todos”, sentenció Mons. Marini.

Preguntado por el significado concreto de modificaciones tales como celebraciones dirigidas hacia la cruz, la Santa Comunión recibida directamente en la boca y de rodillas, y largos momentos de silencio y meditación, el Maestro de Ceremonias expresó, en sintéticas reflexiones, que “celebrar dirigido hacia la cruz hace hincapié en la dirección correcta de la oración litúrgica, es decir, hacia Dios; durante las oraciones los fieles no han de mirarse a sí mismos sino que deben dirigir sus ojos hacia el Salvador”.

“Dar la hostia a la gente arrodillada busca dar valor al aspecto de adoración, tanto como elemento fundamental de la celebración, así como actitud necesaria, mientras contemplamos el misterio de la presencia real de Dios en la Eucaristía. Durante la celebración litúrgica la oración asume diversas formas: palabras, canciones, música, gestos y silencios. Por otra parte, los momentos de silencio nos permiten participar realmente en el acto de adoración, y lo que es más, desde el interior evocar cualquier otra forma de oración”, expresó Mons. Marini.

“Estos son cambios realizados de acuerdo con la lógica de desarrollo de continuidad con el pasado. Así, nosotros no nos ocupamos de romper con el pasado y con yuxtaponernos a pontificados anteriores. (…) los cambios introducidos sirven para evocar el verdadero espíritu de la liturgia como el Concilio Vaticano II ha querido, “El ‘tema’ de la belleza intrínseca de la liturgia es Cristo mismo, resucitado y glorificado en el Espíritu Santo, quien incluye a la Iglesia en su obra”, afirmó.

En claras y profundas reflexiones, y tras resaltar la importancia de la exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis”, Mons. Guido Marini resaltó el papel de la belleza en la liturgia, belleza que constituye “una rica categoría litúrgica y teológica”: “Al igual que el resto de la Revelación cristiana, la liturgia es intrínsecamente vinculada a la belleza: es ‘veritatis splendor’ [esplendor de la verdad]. (…) Esto no es mero esteticismo sino el modo concreto en que la verdad del amor de Dios en Cristo llega a nuestro encuentro, nos atrae y nos deleita, permitiéndonos salir de nosotros mismos y llevándonos hacia nuestra verdadera vocación, que es el amor. La mayor verdadera belleza es el amor de Dios, que definitivamente se ha revelado a nosotros en el misterio pascual”, dijo.

“La belleza de la liturgia es parte de este misterio -continuó Monseñor-, es una expresión sublime de la gloria de Dios y, en cierto sentido, un reflejo del cielo en la tierra. La Belleza, entonces, no es un mero adorno, sino un elemento esencial de la acción litúrgica, ya que es un atributo de Dios mismo y su revelación. “

Sobre el uso del latín en la liturgia, recomendado por el Concilio Vaticano II, Mons. Marini destacó su carácter de universalidad y el papel de comunión que puede desempeñar entre fieles de las más diversas nacionalidades, entre otros.

“Por encima de todo, tenemos un gran legado litúrgico en el Latín: desde el canto gregoriano a la polifonía, así como los ‘testi venerandi’ [textos sagrados] que los cristianos han utilizado durante mucho tiempo. Además, el Latín nos permite mostrar la catolicidad y la universalidad de la Iglesia. Podemos experimentar esta universalidad de una manera única en la Basílica de San Pedro y en otras reuniones internacionales cuando hombres y mujeres de todos los continentes, nacionalidades, idiomas, cantan y oran en el mismo idioma. ¿Quién no se sentirá como en casa cuando están en una iglesia en el extranjero y pueden unirse a sus hermanos en la fe, al menos en algunos momentos, utilizando el latín?”, manifestó.

7 de abril de 2011

Mons. Nicola Bux "Sobre la adecuación litúrgica ha habido malas interpretaciones"


Tomado de la Buhardilla de Jerónimo

Presentamos una entrevista que Mons. Nicola Bux ha concedido a un periódico de Reggio Emilia, ciudad donde participará en el encuentro titulado “Liturgia romana y arte sacro entre innovación y tradición”.

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Don Bux, ¿qué es la adecuación litúrgica?

Es una expresión acuñada en los años posteriores al Concilio Vaticano II para indicar los trabajos considerados necesarios para que las antiguas iglesias pudiesen ser más idóneas a las celebraciones según la forma renovada del rito Romano.

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¿Y cuáles son los resultados que produjo?

La adecuación partió con el intento de llevar a cabo aquellos retoques para favorecer la celebración de los sacramentos pero se impuso sobre todo el tema de la Misa celebrada con el altar hacia el pueblo. Una adecuación vistosa de la cual se abusó.

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¿Por qué?

Porque el mismo misal no dice nunca que el celebrante no debe estar de espaldas al pueblo. Y esto está demostrado por el hecho de que tres veces, inmediatamente después del ofertorio, en el Ecce agnus Dei y en la bendición final, se prescribe que el sacerdote esté dirigido al pueblo. De esto se sigue que durante la celebración la orientación debe ser otra.

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Es decir, de espaldas al pueblo…

No exactamente. Esta es una mala interpretación del mismo misal de Pablo VI y algo que se ha forzado y que ha hecho que se pensara que dar la espalda al pueblo es un acto de mala educación. Como decir, “perdón por daros la espalda”.

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¿Entonces?

Entonces, es una cuestión de orientación hacia el Señor que viene. Es por eso que la tradición nos ha entregado las celebraciones con el sacerdote y los fieles dirigidos ambos hacia oriente, símbolo del Señor que viene, y sucesivamente indicado en la cruz. En realidad, el dirigirse hacia el pueblo era indicado como una posibilidad.

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Así, la principal crítica es que el sacerdote no está en comunión con los fieles…

De hecho, Benedicto XVI, ya como cardenal, insistía en el hecho de que si el pueblo está dirigido al crucifijo, y también el sacerdote, todos dirigen la mirada a Cristo, que es el aspecto central de la liturgia. Como decía Ratzinger, con el sacerdote frente al pueblo se cierra el círculo al encuentro con el Señor.

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¿Cómo puede resolverse la cuestión?

Como justamente propuso el Santo Padre, sería oportuno que, con la misma posición, se pusiera una cruz sobre el altar de modo que todos puedan tener en primer plano al sujeto central de la liturgia: Cristo que viene. Es bueno que los sacerdotes sepan explicar que su posición debe ser funcional a la orientación de la celebración.

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¿Qué otros temas tocará mañana?

El encuentro está promovido por el deseo de muchos laicos, preocupados de que la así llamada adecuación vaya en detrimento de la tradición. En este caso, en la Catedral de Reggio, también con la ayuda del profesor Mazza, se quiere tratar de ofrecer los instrumentos para entender que es el pueblo quien se debe adecuar a la liturgia y no al revés.

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Un tema debatido en Reggio es el de la sede episcopal, llevada abajo del presbiterio y frente a la asamblea…

La sede no es el elemento más importante en un edificio sagrado. Antes vienen el altar, la cruz y el tabernáculo, que son el signo de la presencia divina permanente en medio del pueblo. Por importancia, después del ambón, que en un tiempo era llamado púlpito y que era funcional a estar en medio de la asamblea por razones acústicas, está la sede de la presidencia.

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¿Pero dónde debe ser colocada?

En las iglesias primitivas siríacas, herederas de las sinagogas, la sede estaba a la cabeza de la asamblea, como ocurre hoy cuando en el teatro se reserva el asiento central a la autoridad. Muy pronto la sede de quien preside fue puesta delante de la asamblea a la izquierda o a la derecha en una posición de vínculo entre la asamblea y el altar.

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¿Cuál es la posición ideal?

Sobre las gradas, como todavía hoy hacen los orientales, que ponen la sede del patriarca delante de la asamblea, pero no en forma frontal. Está bien que los lugares de los fieles no sean transversales o diagonales sino que miren todos con una única orientación.

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Por lo tanto, ¿sobre el presbiterio y no abajo?

El lugar de los sacerdotes y del obispo es el presbiterio; lo dice el mismo nombre. El hecho de que la sede esté puesta debajo confunde las ideas.

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Se podría objetar que también el obispo forma parte del pueblo de Dios…

Es cierto, pero también la tradición tiene su peso. No es necesario caer en el populismo. El estar junto a los fieles no depende de la posición.

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¿Cuánto pesa, en este discurso, la acusación de excesivo formalismo?

Una cosa es la forma, otra es el formalismo. Sin una forma, la liturgia no existiría y la sustancia sería deforme. El hablar de formalismo, en cambio, es un poco ideológico y reduccionista. Últimamente está en uso hablar de polos litúrgicos. Y bien, en el rito romano debe prevalecer la unidad.

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Otro tema candente es la ausencia de reclinatorios…

Otra rareza que se observa a veces. La liturgia prescribe arrodillarse en ciertos momentos de la Misa. El hecho es que disuadir de arrodillarse corre el riesgo de reducir la iglesia a un auditorio o la liturgia a entretenimiento. Por el contrario, el Papa nos recuerda que la liturgia es adoración y su signo exterior más visible es precisamente el ponerse de rodillas.

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¿Qué tan importante es en las iglesias la conservación de obras artísticas y la introducción de nuevas obras modernas?

Siempre se necesita gusto en las cosas. Curiosamente, hoy se tiende a convertir en piezas de museo todas las bellezas y las decoraciones, pero las cosas van a un museo si ya no se usan. En muchos casos, en cambio, se trata de objetos que son expresión de la piedad del pueblo y de los sacrificios que han sido hechos para introducirlos. Siempre que hablamos de objetos que sirvan no para nuestra gloria personal sino para la de Dios. Lo mismo vale para los ornamentos. A veces el sacerdote agrega y quita ornamentos según su gusto y su comodidad, como si fuese un vestuario privado. En realidad, son la expresión de la objetividad del rito que es confiado al ministro, aún si es indigno moralmente.

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Fuente: 4minuti

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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4 de abril de 2011

DOMINGO LAETARE



Tomado de Santa Bárbara de la Reina

Antigua y venerable costumbre al par que poco conocida en nuestros tiempos es la de la bendición de la Rosa de Oro, ceremonia vinculada a la Domínica Laetare o mediana (por ser como el meridiano de la Cuaresma) y por cuya razón se llama asimismo “Domingo de la Rosa”. Es ésta una altísima distinción que, bajo la forma de esta flor hecha de oro, otorga el Papa a personalidades católicas principales, particularmente princesas, y a santuarios e imágenes de la Cristiandad. No está claro el origen de esta costumbre, en la que hay que distinguir el acto mismo de la bendición de la Rosa de Oro y su consigna, que no parecen haber tenido un origen simultáneo. Algunos autores, como Fr. José de Sigüenza, hacen remontar la bendición a la Antigüedad cristiana; otros la retrasan hasta la época de San León IX, quien la habría instituido en 1049 al autorizar la fundación de un monasterio en Benevento, con la obligación de sus monjas de ofrecer cada año a la Sede Apostólica, a cambio de las inmunidades y privilegios concedidos a su comunidad, una rosa hecha de oro para ser bendecida en la cuarta domínica de Cuaresma. Lo cierto es que, si bien en muchos documentos antiguos de los Romanos Pontífices se habla del sentido místico de la Rosa, no hay datos ciertos de una solemne atribución de la misma antes de 1148, cuando el beato Eugenio III la envió a Alfonso VII el Emperador, rey de Castilla y León, de lo cual consta documentación cierta y circunstanciada. Sólo hay una mención –sin que hasta ahora se haya podido contrastar históricamente– a la presunta consigna que hizo de la Rosa Áurea el beato Urbano II al conde Fulco IV de Anjou al término del concilio de Tours, por el cual quedaban confirmados los acuerdos del concilio de Clermont para organizar la Primera Cruzada. ¿En qué consiste la Rosa de Oro? Al principio fue simplemente una flor hecha de oro esmaltada de color de rosa. Con el paso del tiempo, se perdió la costumbre de teñirla colocando, en vez de ello, un rubí en medio de ella. En algunas ocasiones, además del rubí, se adornaba el follaje con multitud de piedras preciosas. La joya podía tener como soporte un tallo con hojas o un vaso de oro o de plata dorada. El historiógrafo Gaetano Moroni, ayudante de Cámara de los papas Gregorio XVI y el beato Pío IX, da detalles interesantes sobre esta verdadera joya en distintos momentos de la Historia (cfr. Dizionario di erudizione storico-ecclesiastica da San Pietro sino ai nostri giorni, 1852): así, en tiempos de Calixto III (1455-1458) la Rosa de Oro se reducía a la sola flor adornada de doce perlas. Bajo Sixto IV (1471-1484) era un ramo con rosas y espinas entre el que sobresalía una rosa de mayor tamaño en cuyo centro había una cavidad en forma de pequeña copa que es donde el Papa ponía el crisma y el almizcle cuando la bendecía. Más tarde, el ramo, solo o puesto sobre un vaso, descansaba sobre un pedestal de planta triangular, cuadrangular u octogonal, todo él adornado de pedrería. En él estaban grabadas las armas del Papa que bendecía la Rosa de Oro. Una Rosa de Oro enviada por Clemente IX a la reina de Francia María Teresa y al Delfín pesaba ocho libras. Pero el valor de la Rosa de Oro no reside en la cantidad del precioso metal ni en las gemas de las que está adornada, sino en su significado. En un libro de autor anónimo publicado en Roma en 1560 se declara su simbolismo. Copiamos a continuación lo que de él extracta el académico gerundense Enrique Claudio Girbal en su tratadito sobre la Rosa de Oro publicado en 1880: «Desde la flor sencilla, quizás de los valles de los antiguos tiempos, hasta la rosa cuajada de perlas y pedrería, que algún autor describe en los pasados siglos, el valor material de la sagrada joya varía según las circunstancias y hasta según el gusto de los artistas y de las épocas; lo que es incalculable, y no varía, es el tesoro de misterios que la Rosa encierra. Según enseñan los mismos Soberanos Pontífices en repetidas cartas, esta Rosa significa y declara a nuestro Redentor, el cual ha dicho: “Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles”; indica el oro de que se compone que Jesucristo es Rey de los reyes y Señor de los señores, cuyo profundo sentido mostraron ya los Magos, cuando como a Rey, le ofrecieron rendidamente el oro. El fulgor y alto precio del metal y las piedras con que la Rosa está compuesta, significan la luz inaccesible en la que habita el que es Luz de luz y Dios verdadero: el olor de los perfumes que sobre ella vierte en la bendición el Sumo Pontífice, representa en invisible esencia la gloria de la Resurrección de Jesucristo que fue de espiritual alegría para todo el mundo, pues con ella terminó el corrompido ambiente de las antiguas culpas y por todo el universo se esparció el suave aroma de la divina gracia; el color encarnado, de que en otro tiempo se teñía, representa la Pasión de Jesucristo; las espinas ofrecen la santa enseñanza de que en las espinas del dolor puso Jesús todas sus delicias, y recuerdan aquella corona que ensangrentó la cabeza del Redentor. En la Rosa, por último, se figura y simboliza la felicidad eterna». El ceremonial de la bendición de la Rosa se encuentra así descrito en el mismo libro que acabamos de citar: «Costumbre fue de los Romanos Pontífices en la Domínica cuarta de Cuaresma, en la cual se canta en la Iglesia Laetare, Hierusalem, bendecir una Rosa de oro y entregarla después de la Misa solemne, a algún Príncipe que esté presente en la Corte; si no hubiese en la Corte digno de tan alto obsequio, suele enviarse fuera a algún Rey o Príncipe, a voluntad de nuestro Padre Santo, previo el consejo del Sacro Colegio; pues fue también costumbre de los Romanos Pontífices, antes o después de la Misa, convocar ad circulum a los Cardenales en su Cámara, o donde Su Santidad a bien tuviere, y deliberar con ellos a quién ha de darse o remitirse la Rosa.

Adiutorium nostrum in nomine Domini.

R. Qui fecit coelum et terram.

Dominus vobiscum.

R. Et cum spiritu tuo.

Oremos.

“Dios, por cuya palabra y poder se hicieron todas las cosas y por cuya voluntad se rigen los Universos; que eres la alegría y gozo de todos los fieles, humildemente rogamos a Tu Majestad que por tu misericordia te dignes bendecir y santificar esta rosa gratísima de aroma y de vista, que hoy en signo de espiritual alegría llevamos en nuestras manos, a fin de que el pueblo que te pertenece, sacado del yugo de la cautividad de Babilonia por la gracia de tu Hijo unigénito que es gloria y regocijo de la plebe de Israel, anticipe a los corazones sinceros el gozo de aquella Jerusalén de lo alto que es nuestra Madre. Y pues en honor de tu nombre tu Iglesia se alegra y regocija hoy con este signo, dígnate, Señor, darle verdadero y perfecto gozo, y así, aceptando su devoción, perdones los pecados, llenes con la fe, ayudes con la indulgencia, protejas con la misericordia, destruyas las adversidades, y concedas todo género de prosperidad, hasta que por fruto de la buena obra, en olor de los aromas de aquella flor que procede de la raíz de Jesé, y que a sí misma se llama flor del campo y lirio de los valles, con ella en la eterna gloria con todos los Santos se regocije sin fin. Por Nuestro Señor Jesucristo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén”. «Para su bendición, que se hace junto a la mesa del vestuario donde nuestro Santísimo Padre recibe sus ornamentos, se prepara un pequeño altar y se ponen sobre él dos candelabros; el Pontífice, vestido de amito, alba, cíngulo, estola, capa pluvial y mitra, dice: «Terminada la oración, unta con bálsamo la Rosa de oro que está en el mismo ramillete, y le echa almizcle molido que se le ministra por el Sacristán, y pone el incienso en el turíbulo según la rúbrica, y rocía la rosa con agua bendita, y quema el incienso. En tanto un Clérigo de la Cámara Apostólica tiene la Rosa en su mano, que pasa al punto a las del Diácono Cardenal, y éste la entrega al Pontífice, quien, tomándola y llevándola en la mano izquierda, se pone en marcha hacia la capilla, bendiciendo con la derecha; y los Diáconos Cardenales elevan la capa pluvial: al llegar al faldistorio da la Rosa al dicho Diácono, quien a su vez la entrega al Clérigo de la Cámara, y éste la pone sobre el altar. Acabada la Misa, y hecha oración ante el altar por el Pontífice, recibe la Rosa como antes y la lleva a su Cámara. Si aquel a quien quiere darla está presente, se le hace llegar a sus pies; y estando de rodillas le da el Pontífice la Rosa diciendo: “Recibe la Rosa de nuestras manos, que aunque sin méritos, tenemos en la tierra el lugar de Dios. Por ella se designa el gozo de una y otra Jerusalén; es a saber, de la Iglesia triunfante y militante, por la cual a todos los fieles de Cristo se manifiesta aquella flor hermosísima que es gozo y corona de todos los Santos. Recibe ésta tú, hijo amadísimo, que eres noble según el siglo, poderoso y dotado de gran valor, para que más y más te ennoblezcas en Cristo Nuestro Señor con todo género de virtudes, como rosas plantadas junto al río de aguas abundantes, cuya gracia, por un acto de su infinita clemencia, se digne concederte el que es Trino y Uno por lo siglos de los siglos. Amén. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. «Alguna vez se ha hecho esta ceremonia en la capilla terminada la Misa, antes de que el Papa bajara de su silla; pero es más conveniente que el Papa vuelva a la Cámara con la Rosa, y así lo encuentro practicado por nuestros mayores. Aquel a quien se da la Rosa, después que ha besado la mano y el pie del Pontífice y dádole gracias, y una vez que el Papa de ha desnudado ya en la Cámara de sus sagradas vestiduras, es acompañado, llevando es su mano la Rosa, hasta la casa de su habitación, por el Colegio de Cardenales, en medio de los dos más antiguos, seguidos de todos los otros, y rodeándole a pie los servidores de la Curia Romana con sus varas, que suelen en aquel día recibir gajes de parte del favorecido con la Rosa». Cuando el beneficiario de la Rosa de Oro no se hallaba en la Corte Pontificia el Papa se la enviaba por medio de un embajador. Desde León X se encargaba de la consigna un ablegado (el mismo que llevaba el birrete a algún cardenal residente fuera de Roma), camarero secreto o protonotario apostólico. En contra de la creencia generalizada, la Rosa de Oro no se concede sólo a soberanas o princesas católicas, aunque así haya sido en muchas ocasiones y casi invariablemente desde el siglo XVI. También han sido gratificados ilustres varones de la Cristiandad por méritos contraídos en la defensa de la Fe Católica y de los derechos de la Iglesia. Y no sólo se concede a personas, sino, como queda dicho al inicio, a santuarios e imágenes insignes. El enviado papal portador de la Rosa de Oro era recibido con gran ceremonia a su llegada al lugar donde se encontraba el agraciado con ella. En España era un Grande el que, comisionado por el Rey, se adelantaba al enviado pontificio para recoger la distinción y llevarla a la iglesia donde se debía verificar su recepción solemne. En el día indicado, el propio representante papal, si tenía el orden episcopal, celebraba misa pontifical. Antes de dar la bendición final, se sentaba en medio del altar, estando frente a él la persona regia destinataria de la Rosa de Oro. El notario real debía entonces leer la bula papal de concesión y las indulgencias otorgadas en la ocasión, acabado lo cual se levantaba el prelado y tomaba aquélla en sus manos para entregarla a dicha persona –que la recibía de rodillas– con estas palabras: “Accipe Rosam de manibus nostris quam de speciale commissione Sanctissimi Domini Nostri NN (nombre del Papa) conferimus tibi”. Dada la bendición, la Rosa de Oro era llevada con gran acompañamiento por la persona distinguida por ella o por su capellán al oratorio donde se iba a colocar permanentemente.