28 de mayo de 2011

El uso de misales y hojas en la Santa Misa

Columna de teología litúrgica dirigida por Mauro Gagliardi

Por Paul Gunter, O.S.B.*

ROMA, viernes 20 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- El uso de los misales por parte de los fieles laicos, al menos en los principales países europeos, se practica desde hace más de dos siglos. En los países que conocieron persecuciones religiosas, la posesión de tales libros representaba, para los opositores de la fe católica, una prueba suficiente de adhesión al “papismo”.

Entre 1788 y 1792 aparecieron traducciones en italiano de la Misa, tanto del rito ambrosiano como del romano, con el añadido de explicaciones sobre las principales fiestas, contenidas dentro de una guía a la oración para los fieles devotos. Hechos similares tuvieron lugar en Francia y en Alemania y se desarrollaron rápidamente, inspirados por las iniciativas litúrgicas de Prosper Guéranger, en el siglo XIX. El uso de pequeños misales favoreció un apego a la liturgia que introdujo a aquellos que sabían leer en los meandros de la liturgia celebrada en latín. Los misales a menudo incluían los textos de las vísperas del domingo, que se convirtieron en práctica de muchas parroquias especialmente en Francia, en los Países Bajos y en Alemania. Durante el siglo XX, estos subsidios fueron enriquecidos progresivamente con material catequético sobre el año litúrgico, comentarios a la Sagrada Escritura y textos eucológicos.

Actualmente, en las celebraciones según la “forma extraordinaria” (o de san Pío V), los misales se consideran un requisito previo, no sólo como medio de participación en el conocimiento de los textos eucológicos, que a menudo son intencionalmente leídos en silencio, sino, más importante aún, como instrumentos para seguir los textos de la Escritura, como también de algunos ritos particulares ligados a ciertos días. Estos contienen una versión abreviada de las rúbricas del Misal del altar y proporcionan una colección de textos e ilustraciones de arte sacro que apoyan la oración y ayudan a reducir las inevitables distracciones.

En el contexto de la “forma ordinaria” (o de Pablo VI), el fin de los misales de cara a la participación en la Misa es menos claro. A pesar de que muchas personas [sobre todo fuera de Italia, ndt] decidan tener uno, quizás inspirados en el ejemplo del pasado, la hermenéutica de la participación ha cambiado. Este cambio ha influido en los fieles hasta el punto de que muchos de ellos han dejado simplemente de usarlos. A pesar de ello, el misal sigue siendo de ayuda para los sordos y para aquellas situaciones particulares en las que la proclamación de los textos es incomprensible.

La mayoría de los católicos se ha dado cuenta de que el movimiento litúrgico del siglo XX ha luchado por la reforma de la liturgia. Pocos han apreciado el hecho de que, cuando la Sacrosanctum Concilium (SC) ha invocado la reforma de la liturgia, lo hizo pidiendo que la reforma fuese acompañada de la promoción del culto litúrgico (cf. n. 1). Con este objetivo, era necesario que la liturgia comunica efectivamente lo que celebra, para que las mentes y los corazones de quienes toman parte en ella fuesen capaces de articular lo que era promovido. Esta hermenéutica sustenta la directiva de SC 11: “los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente”.

Después del Vaticano II, los pequeños misales perdieron mucho de su papel en la promoción de la vida litúrgica, dado que los fieles aprendieron las partes aprendieron las partes de la celebración que les correspondían y a recitarlas juntos “de forma comunitaria” (SC 21). Las lecturas son proclamadas ahora en voz alta y con el apoyo de sistemas de amplificación, desde un ambón dirigido hacia la asamblea. Muchos de quienes seguían antes los textos sobre los misales, se convirtieron en los pioneros del n. 29 de SC, porque, siendo ahora lectores, han descubierto una nueva y “sincera piedad”, al encontrarse ejerciendo una verdadera función litúrgica. El clero, animado por SC 24, ha comenzado a predicar de un modo ideal sobre la Escritura proclamada, con el resultado que desde los sermones se ha pasado a las homilías, arraigadas en la predicación litúrgica y destinadas a hacer accesible la palabra de Dios proclamada. En consecuencia, en la medida en que se hacían familiares con los ritos, los fieles necesitaban cada vez menos leer material de apoyo, que les diese indicaciones estructurales. Ellos habían mayormente dejado de lado los misales. Irónicamente, sin embargo, el uso de misales y de folletos va a volver a empezar, pues las parroquias deberán pronto utilizar las nuevas traducciones de la tercera edición del Misal Romano.

Es desalentador que muchas parroquias se hayan servido durante tantos años de folletos preparados de semana en semana. El desorden generado por ellos no sólo disminuye fuertemente el valor de un espacio armónico de recogimiento dentro del edificio sagrado; sino que ellos mismos se presentan a menudo mal redactados. Algunos editores de folletos añaden estrofas de cantos del todo irrelevantes respecto a los textos litúrgicos. La confianza depositada en estos cantos ha ayudado ciertamente a evitar enfrentarse con el reto, que se presenta de forma muy intensa, respecto al hecho de que hoy se canta de todo, pero se han perdido o descartado textos de las antífonas de entrada y de comunión. Además, la dignidad reconocida a las Escrituras no se valora de hecho cuando la asamblea gira la página del folleto, quizás a medias de la segunda lectura.

Queda por ver si la renovación en la publicación de los misales para la “forma ordinaria”, a la luz de las próximas traducciones nuevas, inaugurará un nuevo interés hacia un uso difundido de ellos a largo plazo. Lo que es cierto es que estas publicaciones necesitan empaparse del espíritu de la liturgia y promover la conformidad con lo q ue la Iglesia pide de nosotros, en esta renovada oportunidad para una auténtica catequesis sobre la Misa, ofrecida por las sugerencias procedentes de las nuevas traducciones. Para que los fieles sean reconducidos a una verdadera “plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”(SC 14), es necesario aquellos a quienes se han confiado las mejoras del nuevo Misal “aprendan al mismo tiempo a observar las leyes litúrgicas”(SC 17). Entonces, los misales pequeños y cualquier otro material suplementario, resplandecerá como faro de unidad, es decir, de una liturgia celebrada, fielmente reformada y promovida de tal forma que se enseñe “tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico”(SC 16).

[Traducción y reducción del original inglés realizada por Mauro Gagliardi; versión española realizada por Inma Álvarez]

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* Paul Gunter, O.S.B. Es profesor en el Pontificio Instituto Litúrgico de Roma y Consultor de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

27 de mayo de 2011

Card. Bagnasco - Ejemplar



Fuente: Messa in latino

Salvatore Izzo (AGI) – Vaticano, 23 de mayo

Los obispos italianos daran plena aplicación a la instrucción “Universae Ecclesiae”, dirigido a dar una correcta aplicación del motu proprio “Summorum Pontificum” (documento que liberaliza el uso del misal antiguo en latín), de 7 de julio de 2007.
El cardenal Angelo Bagnasco, Arzobispo de Génova y presidente de la CEI, ha asegurado en su alocucíón pronunciada en la apertura de la 63 ª Asamblea General del Episcopado italiano, que el objetivo perseguido por los dos documentos se dirige a “recuperar con empeño armonioso, dentro de cada diócesis, de todo el patrimonio litúrgico de la Iglesia Universal”.

“En esencia – añadió el cardenal – de no herir mas la concordia de cada Iglesia particular con la Iglesia universal, trabajando para unir a todas las fuerzas y restituir a la liturgia su poderoso encanto”.

© Copyright (AGI)

24 de mayo de 2011

Santa Misa tradicional, jueves 26 de mayo.


Santa Misa por el alma de don Juan Andrés Ruiz (abuelo de un colaborador de Una Voce San Juan), en el 1º aniversario de su fallecimiento.




Misa de Aniversario de Difuntos
Doble - Ornamentos negros
19:00 hs

Capilla de Nuestra Señora de Lourdes
(12 de octubre esq. Independencia)
Villa Larman – Villa Krause

Pasan cerca las siguientes líneas
de transporte urbano: 15, 60, 16, 27, 24



23 de mayo de 2011

Card. Koch: “El motu proprio es sólo el comienzo de este nuevo movimiento litúrgico”

Tomado de la Buhardilla de Jerónimo

Presentamos nuestra traducción de la relación del Cardenal Kurt Koch en el congreso sobre el motu proprio Summorum Pontificum que se ha celebrado en los pasados días en Roma.

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“La reforma de la liturgia no puede ser una revolución. Ella debe intentar tomar el verdadero sentido y la estructura fundamental de los ritos transmitidos por la tradición y, valorizando prudentemente lo que está ya presente, los debe desarrollar ulteriormente de manera orgánica, yendo al encuentro de las exigencias pastorales de una liturgia vital”. Con estas iluminadas palabras, el gran liturgista Josef Andreas Jungmann comentó el artículo 23 de la constitución sobre la sagrada liturgia del concilio Vaticano II, donde son indicados los ideales que “deben servir de criterio para toda reforma litúrgica” y de los que Jungmann dijo: “Son los mismos que han sido seguidos por todos aquellos que con perspicacia han pedido la renovación litúrgica”. Diversamente, el liturgista Emil Lengeling ha afirmado que la constitución del concilio Vaticano II marcó “el fin del medioevo en la liturgia” y llevó a cabo una revolución copernicana en la comprensión y en la praxis litúrgica.

He aquí mencionados los dos polos interpretativas opuestos, que constituyen el punto crucial de la controversia desarrollada en torno a la liturgia después del concilio Vaticano II: ¿la reforma litúrgica postconciliar debe ser tomada a la letra y entendida como “re-forma” en el sentido de una restauración de la forma originaria y, luego, como una ulterior fase dentro de un desarrollo orgánico de la liturgia, o bien esta reforma debe ser leída como una ruptura con la entera tradición de la liturgia católica e incluso la ruptura más evidente que el Concilio haya realizado, es decir, como la creación de una nueva forma? El hecho de que los padres conciliares entendieran la reforma sólo en el sentido de la primera afirmación ha sido profundamente mostrado sobre todo por Alcuin Reid. Sin embargo, en amplios círculos dentro de la Iglesia católica se ha impuesto cada vez más la segunda interpretación, que ve en la reforma litúrgica una ruptura radical con la tradición e intenta incluso promoverla. Este desarrollo condujo, en la comprensión y en la praxis litúrgica, a nuevos dualismos.


Es cierto que el motu proprio podrá hacer realizar pasos adelante en el ecumenismo sólo si las dos formas del único rito romano en él mencionadas, es decir, la ordinaria de 1970 y la extraordinaria de 1962, no sean consideradas como una antítesis sino como un mutuo enriquecimiento. Ya que el problema ecuménico se encuentra en esta fundamental cuestión hermenéutica.


Un primer dualismo afirma que antes del Concilio la Santa Misa era entendida sobre todo como sacrificio y que después del Concilio ha sido redescubierta como cena común. En el pasado se ha hablado naturalmente de la Eucaristía como de un “sacrificio de la misa”. Hoy, sin embargo, este aspecto no sólo es menos conocido sino que ha sido incluso dejado de lado o sencillamente olvidado. Ninguna dimensión del misterio eucarístico se ha vuelto tan discutida después del concilio Vaticano II como la definición de la Eucaristía como sacrificio, sea como sacrificio de Jesucristo, sea como sacrifico de la Iglesia, al punto de que existe el peligro de que un contenido fundamental de la fe eucarística católica pueda terminar completamente en el olvido. Contra tal dualismo, el Catecismo de la Iglesia Católica mantiene unido lo que es inseparable: “La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor”.


Un ulterior dualismo en torno al cual tiende a polarizarse la visión de una liturgia preconciliar y de una liturgia postconciliar sostiene que, antes del Concilio, era sólo el sacerdote el sujeto de la liturgia mientras que, después del Concilio, la asamblea ha sido elevada al rol de honor de sujeto de la celebración litúrgica. Ciertamente, es indiscutible que, en el curso de la historia, el rol originario de todos los fieles como co-sujetos de la liturgia ha ido poco a poco menguando y que el oficio divino comunitario de la Iglesia primitiva, en el sentido de una liturgia que veía partícipe a toda la comunidad, ha asumido cada vez más el carácter de una misa privada del clero. La existencia de una continuidad de fondo entre la antigua liturgia y la reforma litúrgica puesta en marcha por el concilio Vaticano II brilla por la visión amplia y profundizada por la constitución litúrgica, según la cual el culto público integral es ejercido “por el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, por la cabeza y por sus miembros” y toda celebración litúrgica debe ser considerada, por tanto, como “obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia”. El Catecismo agrega luego: “algunos fieles son ordenados mediante el sacramento del Orden para representar a Cristo como Cabeza del Cuerpo”.


A la luz del primado cristológico debería ser evidente que la liturgia cristiana encuentra su sentido más profundo en la glorificación y en la adoración del Dios trino y, por lo tanto, en la santificación de los hombres. También esta dimensión fundamental de la liturgia se ha vuelto víctima de un ulterior dualismo en el período postconciliar, es decir, ha sido cada vez más absorbida por el concepto de participación. Aquí se trata, sin embargo, de una falsa contraposición. Nosotros podemos y debemos consumir el alimento eucarístico también con los ojos y penetrar así en el misterio eucarístico, para que luego se nos revele plenamente al comer el Cuerpo del Señor y beber su Sangre. El mismo Agustín amaba subrayar que nadie debe comer “de esta carne” si antes lo ha adorado: “Nemo autem illam carnem manducat, nisi prius adoravit”.


Entre la liturgia antigua y la reforma litúrgica postconciliar no hay una ruptura radical sino una continuidad de fondo. Sólo a la luz de esta convicción se puede comprender el motu proprio Summorum Pontificum del Papa Benedicto XVI. El Santo Padre, de hecho, no entiende la historia litúrgica como una serie de quiebres sino como un proceso orgánico de crecimiento, de maduración y de auto-purificación, en el cual naturalmente pueden verificarse desarrollos y progresos, sin que continuidad e identidad sean destruidas. Para el Papa no puede haber, por lo tanto, una contraposición entre la liturgia de 1962 y la liturgia reformada postconciliar. En contraste con esta clara visión de desarrollo orgánico, la reforma litúrgica postconciliar es considerada en amplios círculos de la Iglesia católica como un ruptura con la tradición y como una nueva creación; ésta ha generado una controversia sobre la liturgia que, vivida de manera emocional, continúa haciéndose sentir hasta el día de hoy. Con el motu proprio Summorum Pontificum, el Papa Benedicto XVI ha querido contribuir a la resolución de tal disputa y a la reconciliación dentro de la Iglesia. El motu proprio promueve, de hecho, si se puede decir así, un “ecumenismo intra-católico”. Pero esto presupone que la liturgia antigua sea entendida como “puente ecuménico”. De hecho, si el ecumenismo intra-católico fracasara, la controversia católica sobre la liturgia se extendería también al ecumenismo y la liturgia antigua no podría desarrollar su función ecuménica de constructora de puentes.


Aún si el motu proprio quiere favorecer la paz intra-eclesial, no sería justo ver en él sólo una concesión hecha a los católicos que prefieren la liturgia antigua, como la Fraternidad Sacerdotal San Pedro o los seguidores del arzobispo Marcel Lefebvre. El Papa Benedicto XVI está convencido, más bien, de que la forma extraordinaria del rito romano es un patrimonio precioso que no debe ser relegado al pasado sino que se debe acudir a él también en el presente y en el futuro, como ha subrayado en la carta que acompañaba el motu proprio: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”.


Esto revela claramente cuál es la intención que anima el motu proprio. El Papa considera que actualmente es indispensable un nuevo movimiento litúrgico, que en el pasado él definió como “reforma de la reforma” de la liturgia. El Santo Padre sabe, de hecho, que la reforma litúrgica postconciliar ha traído muchos frutos positivos, pero que los desarrollos litúrgicos del post-Concilio presentan también muchas zonas de sombra, debidas en gran parte al hecho de que “el concepto de misterio pascual del Concilio no se ha tenido presente suficientemente”: “Nos hemos detenido demasiado en los aspectos puramente prácticos, corriendo el riesgo de perder de vista lo esencial”. He aquí por qué es lícito preguntarse, de manera crítica, si en la reforma litúrgica postconciliar se han realizado realmente todos los deseos de los padres conciliares o si, bajo diversos aspectos, las afirmaciones fundamentales de la constitución sobre la sagrada liturgia han quedado incompletas, o incluso, si en los desarrollos litúrgicos del post-Concilio se ha ido intencionalmente más allá de tales afirmaciones. Que sea no sólo legítimo sino también apropiado hacer una distinción entre la constitución sobre la sagrada liturgia, la reforma litúrgica postconciliar y los sucesivos desarrollos litúrgicos, está ya probado por el hecho de que precisamente los teólogos que estaban comprometidos o que habían participado en los trabajos del Concilio se convirtieron pronto en serios críticos de los desarrollos litúrgicos postconciliares.


Aquí resplandece también el sentido más profundo de la reforma de la reforma puesta en marcha por el Papa Benedicto XVI con el motu proprio: así como el concilio Vaticano II ha sido precedido por un movimiento litúrgico, cuyos frutos maduros fueron llevados dentro de la constitución sobre la sagrada liturgia, también hoy existe la necesidad de un nuevo movimiento litúrgico, que se ponga como objetivo el de hacer fructificar el verdadero patrimonio del concilio Vaticano II en la actual situación de la Iglesia, consolidando al mismo tiempo los fundamentos teológicos de la liturgia. Para hacer esto, se necesita no sólo la revitalización del primado cristológico, de la dimensión cósmica y del carácter latréutico de la liturgia, sino también y sobre todo el redescubrimiento del significado basilar del misterio pascual en la celebración de la liturgia cristiana.


El motu proprio constituye sólo el comienzo de este nuevo movimiento litúrgico. Benedicto XVI, de hecho, sabe bien que, a largo plazo, no podemos quedarnos en una coexistencia entre la forma ordinaria y la forma extraordinaria del rito romano, sino que la Iglesia tendrá nuevamente necesidad en el futuro de un rito común. Sin embargo, dado que una nueva reforma litúrgica no puede ser decidida en un escritorio, sino que requiere un proceso de crecimiento y de purificación, el Papa por el momento subraya sobre todo que las dos formas del uso del rito romano pueden y deben enriquecerse mutuamente. Él indica también que “en la celebración de la Misa según el Misal de Pablo VI se podrá manifestar, en un modo más intenso de cuanto se ha hecho a menudo hasta ahora, aquella sacralidad que atrae a muchos hacia el uso antiguo. La garantía más segura para que el Misal de Pablo VI pueda unir a las comunidades parroquiales y sea amado por ellas consiste en celebrar con gran reverencia de acuerdo con las prescripciones; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este Misal”.


Aquellos que, por el contrario, rechazan el postulado de un nuevo movimiento litúrgico y ven en el motu proprio un paso atrás respecto al Vaticano II, probablemente entienden la reforma litúrgica postconciliar como un punto de llegada, que debe ser defendido con todas las fuerzas, según el rígido conservadurismo de muchos progresistas. Ellos no sólo no consideran los desarrollos históricos de la liturgia como un proceso orgánico de crecimiento y de maduración, sino que rechazan también la hermenéutica de la reforma solicitada por Benedicto XVI para la interpretación del Vaticano II. Prefieren, de hecho, sostener la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, considerada inadecuada por el Papa, aplicándola sobre todo al campo de la liturgia y del ecumenismo. También el decreto sobre el ecumenismo ha marcado, de hecho, un nuevo inicio en las relaciones entre la Iglesia católica y las Iglesias y Comunidades eclesiales no católicas. Pero tampoco este nuevo giro ecuménico ha comportado una ruptura con la tradición; se inscribe, más bien, en una continuidad de fondo con la tradición, como muestra el sencillo hecho de que no habría sido nunca posible si en el período conciliar no hubiesen estado ya presentes impulsos ecuménicos, al menos en su estado embrionario, también dentro de la Iglesia católica.


Aparece así la real importancia ecuménica del motu proprio Summorum Pontificum. Ya que Benedicto XVI no ha aplicado simplemente la hermenéutica de la reforma al campo de la liturgia pero ha solicitado esta hermenéutica, en primer lugar, precisamente para la constitución sobre la sagrada liturgia. Es precisamente en este campo que aparecen con claridad los dos diversos tipos de hermenéutica que pueden ser seguidos: la hermenéutica de la reforma, que ciertamente tiene en cuenta desarrollos y progresos pero que ve una continuidad de fondo con la tradición; o bien, la hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura, que contrapone liturgia y, por lo tanto, también Iglesia preconciliar, a liturgia e Iglesia postconciliar, y corta el vínculo con la tradición. Precisamente en esta alternativa reside la cuestión fundamental para el futuro de la Iglesia católica y, al mismo tiempo, para la credibilidad de su ecumenismo. También en este sentido el motu proprio se revela importante a nivel ecuménico. O mejor: el motu proprio puede convertirse en un puente ecuménico verdaderamente sólido sólo si es percibido y recibido como “una esperanza para toda la Iglesia”.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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21 de mayo de 2011

Universae Ecclesiae: el secretario de Ecclesia Dei explica su significado

Tomado de la Buhardilla de Jerónimo

El pasado viernes 13 de mayo, día en que se publicó la Instrucción Universae Ecclesiae, comenzó en Roma el Congreso sobre Summorum Pontificum, durante el cual una de las conferencias estuvo a cargo de Mons. Guido Pozzo, secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, que explicó el significado del nuevo documento. Presentamos nuestra traducción de su intervención.

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La Constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium del concilio Vaticano II afirma que “la Iglesia, en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, no pretende imponer, ni siquiera en la Liturgia, una rígida uniformidad” (n. 37). No se les escapa a muchos que actualmente está en juego la fe, por lo que es necesario que las legítimas variedades de formas rituales deban reencontrar la unidad esencial del culto católico. El Papa Benedicto XVI lo recordó seriamente: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado” (Carta a los obispos con ocasión del levantamiento de la excomunión a los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre, 10 de marzo de 2009).


El beato Juan Pablo II afirmaba a su vez que “la sagrada liturgia expresa y celebra la única fe profesada por todos y, dado que constituye la herencia de toda la Iglesia, no puede ser determinada por las Iglesias locales aisladas de la Iglesia universal” (Encíclica Ecclesia de Eucaristia, n. 51) y que “la liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios” (n. 52). En la constitución litúrgica se afirma además: “el sacrosanto Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios” (n. 4). La estima por las formas rituales es el presupuesto de la obra de revisión que, de tanto en tanto, se vuelve necesaria. Ahora bien, las dos formas, ordinaria y extraordinaria, de la liturgia romana son un ejemplo de recíproco incremento y enriquecimiento. Quien piensa y actúa en forma contraria socava la unidad del rito romano que debe ser fuertemente salvaguardada, no desarrolla una auténtica actividad pastoral ni una correcta renovación litúrgica, sino que priva a los fieles de su patrimonio y de su herencia, a la que tienen derecho.


En continuidad con el magisterio de sus predecesores, Benedicto XVI promulgó en el 2007 el motu proprio Summorum Pontificum, con el cual hizo más accesible para la Iglesia universal la riqueza de la liturgia romana, y ahora dio mandato a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei para publicar la instrucción Universae Ecclesiae con el fin de favorecer correctamente su aplicación. En la introducción del documento se afirma: “Con tal motu proprio el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha promulgado una ley universal para la Iglesia” (n. 2). Esto significa que no se trata de un indulto, ni de una ley para grupos particulares, sino de una ley para toda la Iglesia, que, dada la materia, es también una “ley especial” que “deroga aquellas medidas legislativas inherentes a los ritos sagrados, promulgadas a partir de 1962, que sean incompatibles con las rúbricas de los libros litúrgicos vigentes en 1962” (n. 28).


Debe ser recordada aquí la regla de oro patrística, de la que depende la comunión católica: “cada Iglesia particular debe concordar con la Iglesia universal, no solo en cuanto a la doctrina de la fe y a los signos sacramentales, sino también respecto a los usos universalmente aceptados de la ininterrumpida tradición apostólica, que deben observarse no solo para evitar errores, sino también para transmitir la integridad de la fe, para que la ley de la oración de la Iglesia corresponda a su ley de fe” (n.3). El célebre principio lex orandi-lex credendi, referido en este número, está en la base de la restauración de la forma extraordinaria: no ha cambiado la doctrina católica de la Misa en el rito romano, porque liturgia y doctrina son inseparables. Puede haber, en una y otra forma del rito romano, acentuaciones, énfasis, expresiones más marcadas de algunos aspectos respecto a otros, pero esto no afecta la unidad sustancial de la liturgia.


La liturgia ha sido y es, en la disciplina de la Iglesia, materia reservada al Papa, mientras que los ordinarios y las conferencias episcopales tienen algunas competencias delegadas, especificadas en el derecho canónico. Además, la instrucción reafirma que hay ahora “dos formas de la Liturgia Romana, definidas respectivamente ordinaria y extraordinaria: son dos usos del único Rito romano (…) Ambas formas son expresión de la misma lex orandi de la Iglesia. Por su uso venerable y antiguo, la forma extraordinaria debe conservarse con el honor debido” (n. 6). El número siguiente refiere un pasaje clave de la carta del Santo Padre a los obispos, que acompaña el motu proprio: “No hay ninguna contradicción entre una y otra edición del Missale Romanum. En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial” (n. 7).


La instrucción, en línea con el motu proprio, no concierne sólo a cuantos desean continuar celebrando la Misa del mismo modo en que la Iglesia lo ha hecho sustancialmente desde hace siglos; el Papa quiere ayudar a todos los católicos a vivir la verdad de la liturgia para que, conociendo y participando en la antigua forma romana de celebración, comprendan que la constitución Sacrosanctum Concilium quería reformar la liturgia en continuidad con la tradición.


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Fuente: Il blog degli amici di Papa Ratzinger


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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20 de mayo de 2011

Instrucción Universa Ecclesiae, en latín y español.





I.
Introducción


1. La Carta Apostólica Motu Proprio data "Summorum Pontificum" del Sumo Pontífice Benedicto XVI, del 7 de julio de 2007, entrada en vigor el 14 de septiembre de 2007, ha hecho más accesible a la Iglesia universal la riqueza de la Liturgia Romana.

2. Con tal Motu Proprio el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha promulgado una ley universal para la Iglesia, con la intención de dar una nueva reglamentación para el uso de la Liturgia Romana vigente en 1962.

14 de mayo de 2011

Santa Misa Tradicional, este domingo 15 de mayo.


Todavía un poco de tiempo y ya no me veréis

Tercer Domingo de Pascua
Domingo 15 de mayo de 2011
Semidoble - Ornamentos blancos
18:00 hs

Capilla de Nuestra Señora de Lourdes
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7 de mayo de 2011

Misa Tradicional, el próximo lunes 9 de mayo.


Nuestra Señora de Luján
Patrona de la República Argentina
(trasladado del día 8)
Lunes 9 de mayo de 2011
21:00 hs.

Capilla de Nuestra Señora de Lourdes
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4 de mayo de 2011

Pedido de Oraciones

Nos hacemos eco del pedido de oración de nuestros amigos de Juventutem Argentina.

Hermanos, pedimos por favor recen por Nichán Guiridlian, presidente de Juventutem Argentina, que acaba de sufrir hoy un accidente automovilístico grave y se encuentra en coma en el hospital en terapia intensiva.