Los más cercanos a mí me han abandonado. (Job., XIX, 14)
La Captura de Cristo - Caravaggio |
por el Padre Andrés
Hamón ***
Meditaremos lo que
padeció Jesucristo con ocasión de sus Apóstoles, a saber: 1º en la traición de
Judas; 2º en la negación de San Pedro; 3º en la deserción de los otros
Apóstoles. – Tomaremos en seguida la resolución: 1º de desconfiar de nosotros
mismos y poner nuestra confianza en Dios únicamente; 2º de soportar con
paciencia todas las penas que nos vienen de las criaturas, aun de nuestros
amigos. Nuestro ramillete espiritual será la queja de Job, aplicada a Nuestro
Señor: Los más cercanos a mí me han
abandonado. (Job., XIX, 14)
Meditación
Adoremos al Corazón
de Jesucristo, tan amante de sus Apóstoles, tan paciente con sus defectos, tan
generoso en los favores de que les colma; y no obstante tanta bondad, se ve
traicionado, negado, abandonado por ellos. Adoremos su misericordia, alabemos y
bendigamos su indulgencia con sus debilidades humanas.
Punto Primero
Jesús vendido por Judas
Nuestro Señor había
colmado a Judas de sus bondades; le había hecho su Apóstol y su amigo y honrado
con el don de milagros. En la última Cena, le había lavado los pies, se había
dado todo entero a él en la
Comunión ; y, en lugar de agradecer tantos beneficios, el
infeliz le vende a los judíos por treinta dineros, marcha a la cabeza de los
enemigos que va a prenderle y le da el pérfido beso, señal convenida para
designar a los soldados aquél a quien debían prender.
¡Oh! ¡Cuán dolorosa
fue esta traición para el corazón de Jesús! Sí, cuando se ama, es doloroso no
poder hacerse amar, ¿qué será no recibir, en cambio de su amor, sino perfidia y
maldad? Nuestro Señor quiso soportar esta pena para consolar a aquellos a
quienes hacen gemir la ingratitud o la perfidia, y enseñarle cómo deben
conducirse en estas circunstancias. No opuso a la traición sino bondad y
mansedumbre. ¡Amigo! le dice a Judas. Esto es decirle: Si tú ya no me amas, yo
te amo siempre y estoy dispuesto a darte el perdón, como lo estoy a recibir la
injuria que sin razón me haces. Lo que era decirnos a nosotros que no debemos
enfadarnos jamás ni aún contra aquellos que nos ofenden, teniendo más
obligación de amarnos; que sintamos más bien compasión que indignación con el
que nos falta, y no perder jamás, la confianza en la divina misericordia,
puesto que Jesucristo conservó el nombre de amigo a Judas, aun después de su
crimen. “¿Por qué vienes a entregarme?” agrega el Salvador. ¡Cuánto sentimiento
hay en este por qué? ¡Por treinta dineros, la maldición de Dios! ¡Por un vil
interés temporal, la reprobación eterna! ¡qué locura! ¿Por qué, ¡oh, alma
cristiana! esos cuidados, esa solicitud para satisfacer el orgullo, la
ambición, la concupiscencia? ¿Qué ventaja sacaréis de ello? ¿Por qué esa
tibieza en el servicio de Dios, esa frialdad en la oración, ese tiempo perdido
en conversaciones inútiles, en lecturas frívolas? ¿Qué os aprovechará? ¿Por qué toda vuestra
vida? ¿Por qué cada una de vuestras acciones? ¿Cuál es su fin? ¿Cuál es su
fruto?
¡Oh! ¡qué falta de
razón en el alma que peca, en el alma que se propone otro fin que Dios, sea en
lo que hace, sea en lo que proyecta!
Punto Segundo
Jesús negado por San Pedro
Dejemos al silencio
de la oración el decirnos cuál fue, en esta circunstancia, el dolor del Corazón
de Jesús y meditemos las instrucciones tan útiles que nos ofrecen la caída y la
conversación del Apóstol. 1º Su caída nos enseña: 1º a desconfiar de nosotros
mismos. San Pedro cayó porque presumió de sus fuerzas; así caerán todos los
presuntuosos, que se creen seguros en su virtud; 2º a no separarnos de
Jesucristo, por la sociedad mundana o por la disipación; San Pedro seguía de lejos al Salvador, dice el
Evangelio; 3º a evitar las ocasiones; San Pedro se acercó a conversar con los
criados; 4º a fortalecernos por la vigilancia y la oración; Jesucristo había ya
recomendado estos dos medios; San Pedro se había dormido en el Huerto de los
Olivos; 5º a levantarnos prontamente después de la primera caída, sin lo cual
iremos cayendo de abismo en abismo. Pedro, al primer asalto, dijo: “No conozco
a este hombre”; al segundo, confirmó con juramento estas desgraciadas palabras;
al tercero, confirmó este juramento con imprecaciones. Así se va, de caída,
cuando se tarda en levantarse.
2º La conversión de
San Pedro no nos da menos provechosas lecciones que su caída. Nos enseña: cuán
bueno es Nuestro Señor: con una mirada toca el corazón de su Apóstol y lo
convierte. ¡Oh mirada bondadosa! Pedro no busca a Jesús; es Jesús quien da los
primeros pasos. ¡Mirada poderosa! Levanta el valor de Pedro y le hace derramar
torrentes de lágrimas. ¡Mirada llena de mansedumbre! 1º Evita a Pedro la
vergüenza de su crimen y cura la úlcera sin tocarla. ¡Mirada generosa! Jesús
olvida sus propios dolores, para ocuparse en la conversión de su apóstol, y
vuelve a recibir a su esclavo, después de haber sido ultrajado por él. ¡Feliz
quien comprende el poder de esta divina mirada, sabe exponerle sus llagas y
abrir a Jesús su corazón! La conversión de San Pedro nos enseña, 2º a llorar
nuestras faltas, no por temor, sino por amor, y a llorarlas amargamente y
siempre; Pedro lloró hasta su muerte la desgracia de haber negado a su maestro,
y sus mejillas llevaron, mientras vivió, las huellas de los torrentes de
lágrimas que corrían de sus ojos. Recojamos en el fondo de nuestro corazón
todas las enseñanzas que nos ofrecen la caída y la conversión del Apóstol, y
aprovechémoslas.
Punto tercero
Jesús abandonado de sus
Apóstoles
Los Apóstoles, que
habían protestado morir por Jesucristo, perdieron su valor en presencia del
peligro, y le abandonaron. Aprendamos de aquí: 1º cuán débil y miserable es el
hombre por si mismo, y cuan poco se necesita para hacernos faltar a nuestras
mejores resoluciones; cuánto, por consiguiente, debemos desconfiar de nuestras
fuerzas; no contar para nada con nosotros mismos; no exponernos jamás a las
ocasiones peligrosas, sino vigilar y orar sin cesar para traer en nuestra ayuda
la gracia divina, que es lo único que puede hacernos vivir bien. Aprendamos, 2º
a no contar con las amistades del mundo, o a no descontarnos cuando ellas nos
falten. Los Apóstoles todos habían prometido a Jesucristo que no le
abandonarían jamás, y a la primera señal del peligro, todos cobardemente
huyeron. Si Jesucristo ha soportado este abandono, soportemos a su ejemplo el
abandono de aquellos mismos con quienes creíamos tener derecho de contar;
contemos sólo con Dios, que no nos abandonará jamás, que nos acompañará
siempre, y el El solo nos basta.
*** P. Andrés HAMÓN:
Meditaciones
para uso del clero y de los fieles para todos los días del año. Bs.
As., Guadalupe, 1962, 2º Edición, Tomo I, pp. 630 - 633.
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