Domingo Infra-Octava de la Ascensión.
Promesa del
Espíritu Santo. El odio del mundo.
por el Padre
Leonardo Castellani (1967)
En el Evangelio de
hoy, tomado siempre del Sermón de Despedida, Cristo predice a sus Apóstoles la
persecución inevitable. Ya antes les había dicho: “No es el Discípulo mayor que
el Maestro: si a mí me ha perseguido, a vosotros os perseguirán”. Esta
predicción de Cristo se cumplió en toda la historia de la Iglesia , de diferentes
maneras.
Este es el trago
más áspero del Cristianismo: no sólo habemos de llevar nuestra cruz sino que
sobre ella cargarán desde afuera.
Por eso Cristo
antes de hacer el hórrido anuncio apuntala sus ánimos fuertemente: justamente
“Paráclito”, el nombre del Espíritu Santo, significa en griego “puntual”; la Vulgata traduce “el
Consolador”. Cinco veces les promete el Espíritu Santo en este discurso; y como
consecuencia de su venida y morada en nosotros, la eficacia de nuestras
oraciones y el “gozo que nadie os podrá
quitar”. Todo eso era necesario y más aún; mas todo es actúa solamente en la fe
y en la esperanza; no basta haber sido bautizado.
Cristo describe la
persecución en sus dos extremos: extremo inferior: os excomulgarán, o sea, “os
echarán de las sinagogas” – “absque synagogis facient vos”, como hicieron ya
con el Ciegonato y sus padres; extremo último: “os darán la muerte y creerán
hacer con eso servicio a Dios”, como hicieron con el mismo Cristo: “Nosotros
tenemos Ley y según nuestra Ley debe morir porque se ha hecho Hijo de Dios”.
Estos días me leyeron un párrafo del Cardenal Bea acerca de los que mataron a
Cristo: dice que no el pueblo judío, sino algunos funcionarios judíos mataron a
Cristo; pero esos mismos no pueden llamarse “deicidas” porque no sabían lo que
era Cristo, pero debían saber; otra cosa sería hacer agravio a Cristo; o sea,
pensar que todo un Dios se hizo hombre con el fin de revelarse a los hombres; y
no fue capaz de probar que era Dios; ni siquiera a los que lo rodeaban y eran
los jefes religiosos de la religión verdadera. No: lo que siempre ha creído y
enseñado la Iglesia
es que los fariseos, y sus secuaces –una parte del pueblo judío- asesinaron al
Mesías; y si ignoraron que lo era, esa fue “ignorancia culpable” y por tanto,
el delito es imputable. – “No saben lo que están haciendo” – dijo Cristo en la
cruz. Sí, pero antes dijo: “Padre perdónalos”; y si pide un perdón, hay un
delito; y por cierto un delito enorme. El Cardenal se queda con el “No saben lo
que hacen”; y se deja el “Perdónalos” porque para él no hay nada que perdonar.
Los judíos todavía no lo han crucificado.
Esta pregunta me
hizo un muchacho en Santa Fe; estuve hablando con unos treinta muchachos
durante tres horas: y se me encogía el corazón al pensar lo que les espera: “no
saben lo que les espera”, pensaba yo al oír sus palabras llenas de optimismo.
Pensar que estos jóvenes inteligentes, sanos, puros, fervorosos y bien
intencionados, van a entrar en el ambiente helado del mundo y se les van a
marchitar y deshojar todas las ilusiones que tienen ahora como es propio de jóvenes;
e incluso que ante el choque, muchos defeccionarán, encogerán los cuernos como
el caracol o se esconderán como la ostra.
Están ellos en una
situación nueva. Yo nací y crecí en un ambiente cristiano, aunque tibio: Dios,
Jesucristo, la Virgen ,
los Santos, los Ángeles, oír Misa y rezar el Rosario; el Papa es el
representante de Cristo; y el P. Olessio, o los jesuitas de Santa Fe son los
representantes del Papa; y no pueden equivocarse. Sufrí las tentaciones comunes
del Demonio, el mundo y la carne; pero no esta cruel tentación contra la fe que
se levanta ahora, y parece estar en cuarto creciente.
Bien, el Espíritu
Santo sabe. Así como Dios me protegió a mí, protegerá a éstos, si se llaman a
seguro. Todas las generaciones humanas y todas las épocas de la historia están
a igual distancia de Dios. El que ora por su fe, jamás será desoído. El profeta
David dice: “Loado sea Dios que no apartó de mí ni mi oración ni su
misericordia”; o sea, que mientras dure la oración no se retirará la
misericordia, sobre todo en el tiempo de la persecución. “Cuando os veáis
perseguidos alegraos y regocijaos; porque vuestra recompensa es grande en el
cielo”.
Estos muchachos, la
mayoría universitarios, algunos recibidos, no me hicieron una sola pregunta
sobre política, ni yo a ellos: hicieron preguntas religiosas o filosóficas, y
por cierto con gran discreción y entendimiento. Y al final habló el que los
dirige, un profesor muy talentoso y modesto; y les hizo prácticamente el
sermoncito que he hecho ahora. Les dijo en resumen que no esperaran el éxito
inmediato de sus esfuerzos y trabajos; que a lo mejor lo que siembren ahora
fructificará dentro de dos o tres generaciones –o nunca: porque “uno siembra,
otro riega, y después viene otro y recoge” –dice San Pablo; y Dios no nos pide
que venzamos sino que no seamos vencidos. Que se hiciesen desde ahora duros
ante la posible persecución: los escupitajos no me mojan, los insultos no me
turban, la calumnia no me derrota; el dinero y los honores no me fascinan, y el
Ángel de la Guarda
me defenderá de todos los demonios.
Fue el que habló
mejor: es irlandés o hijo de irlandés; o sea, de una raza que sabe lo que es
sufrir persecución por causa de la santidad –por amor de la justicia, dijo
Cristo- que es el nombre de la santidad en los Evangelios. Ya tienen ellos
alguna experiencia deso.
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