I. San Pedro había sido testigo ocular de la mayoría de los milagros de
Jesucristo, y, con todo, lo negó tres veces en la noche misma de su
Pasión. ¡Cuánta es la fragilidad del hombre abandonado a su propia
miseria! Humillémonos, trabajemos en nuestra salvación con temor y
temblor. Pero no desesperemos: basta una sola mirada de Jesús para
sacarnos del pecado. Lloremos, pues, a ejemplo de San Pedro, que derramaba un torrente continuo de lágrimas al solo recuerdo de su perfidia. ¡Que tus lágrimas sean como la sangre que brota de las heridas de tu corazón! (San Agustín).
II. San Pablo, de perseguidor de Jesucristo, llegó a ser el Apóstol de
las gentes. ¿Qué somos nosotros? ¿Qué hemos hecho? Si nos hemos
convertido como él, mantengámonos firmes en la virtud, y muramos antes
que perder la gracia de Dios. Imitemos su paciencia en los
sufrimientos, su celo por la salvación de las almas, su humildad, su
amor por Jesucristo. Escuchemos lo que él nos dice: Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo.
III.
Considera la honra que al presente reciben en la tierra estos dos
Apóstoles. Los reyes, los emperadores y los papas se consideran
dichosos de poder prosternarse ante las sagradas cenizas de un pescador
y de un artesano, porque la santidad los ha hecho omnipotentes en el
cielo. Ambiciosos: ¿qué son los honores del mundo, comparados a éstos?
Regocijé monos de que Dios haya honrado tanto a sus servidores. Pero si
los santos son así honrados en la tierra, ¿qué honores no recibirán en
el cielo? Humillémonos, imitemos sus ejemplos y compartiremos su gloria.
La penitencia
Orad por el Papa.
Orad por el Papa.
ORACIÓN
Oh Dios, que habéis consagrado este día con el martirio de vuestros
Apóstoles San Pedro y San Pablo, haced que vuestra Iglesia sea fiel en
la observancia de los preceptos de los que han sido los primeros
ministros de la santa Religión que ella profesa. Por J. C. N. S. Amén
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