¡Sea alabado Jesucristo!
Saludo al Dr. Leo Darroch, presidente de la Federación Internacional “Una Voce”, y a los señores delegados de la XX Asamblea General, así como a todos los fieles presentes.
Agradezco especialmente al presidente Darroch por su gentil invitación a oficiar este solemne acto litúrgico, el cual tiene lugar cuatro años después de promulgado el motu Proprio Summorum Pontificum de Su Santidad Benedicto XVI.
Bienamados hermanos y hermanas:
Me siento en verdad gozoso de estar aquí entre vosotros para expresar un sentido agradecimiento a la Divina Providencia, que nunca deja de socorrer a sus hijos que la invocan con confianza. Al mismo tiempo manifestamos nuestro sincero reconocimiento a nuestro amado Santo Padre Benedicto XVI, que con su clarividente solicitud pastoral ha devuelto a la Iglesia universal el sagrado rito gregoriano, dándole un nuevo impulso después de tantos lustros de olvido.
“Consta efectivamente que la liturgia latina de la Iglesia en sus varias formas, en todos los siglos de la era cristiana, ha impulsado en la vida espiritual a numerosos santos y ha reforzado a tantos pueblos en la virtud de la religión y ha fecundado su piedad” declara Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum.
Es en la obediencia, obsequio y respeto para con el Magisterio de la Iglesia (máxime en relación con el supremo Magisterio de Pedro) como se actualiza en la vida de todo creyente el propósito fundamental de la sequela Christi (el seguimiento de Cristo).
En tal óptica se inserta la recta comprensión de los deberes y de los derechos de los fieles, que en la sagrada liturgia encuentran su forma de expresión más eminente, explicitando en la fuerza santificante de la acción sacramental el verdadero culto al Dios Altísimo, Creador y Señor del universo.
El Santo Padre Benedicto XVI, cuya profunda sensibilidad litúrgica es bien conocida, ha reiterado frecuentemente con su alto magisterio la importancia de la liturgia y de su recto uso, a fin de que en la diversidad de las formas cultuales pueda resplandecer la riqueza de los tesoros de fe y espiritualidad de la Esposa de Cristo, ya que la “relación entre el misterio creído y celebrado se manifiesta de modo peculiar en el valor teológico y litúrgico de la belleza. En efecto, la liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente con la belleza: es veritatis splendor” (Benedetto XVI, Es. Ap. Sacramentum Caritatis, n.35).
El rito gregoriano con su solemnidad y sublimidad de contenidos constituye indudablemente una forma excelente de elevar a Dios la alabanza que le es debida, ofreciendo, al mismo tiempo, a los fieles una más profunda percepción del Misterio que celebra.
Semejante magnificencia no es debida simplemente a una suma de elementos exteriores y de índole puramente estética, sino que éstos más bien brotan y se nutren de una profunda interioridad.
Podemos afirmar que se complementa así el deber de ofrecer a Dios con la mayor dignidad el tributo de adoración y de alabanza propio de su Majestad con el derecho que tienen los fieles de poder expresar de la mejor manera posible su aspiración de poner en acto adecuadamente dicho deber.
Al escuchar la perícopa evangélica de San Lucas que trae la misa de hoy no debe sorprendernos que a las palabras de encomio que la mujer del pueblo pronuncia refiriéndose a la Madre del Salvador –“Bienaventurado el seno que te llevó… etc.” (Luc. XI, 27) – responda Éste recordando la bienaventuranza de la obediencia a la Palabra de Dios.
Argumentando de esa manera, Nuestro Señor Jesucristo, en efecto, no toma en absoluto sus distancias de la afirmación de elogio dirigida a la Santísima Virgen; más bien la refuerza, subrayando la preclara virtud de la total oblación que en Ella refulge más que en ninguna otra criatura, a tal punto que con la misma se marca indeleblemente el exordio de la redención de la Humanidad.
Al mismo tiempo nos recuerda cómo la Virgen fue elegida por la Santísima Trinidad como modelo y guía de aquellos que nada anteponen a la salvación eterna: es justamente imitando la obediencia fiel de la Madre del Amor Hermoso como nuestra propia obediencia de caminantes en busca de Dios logra encontrar un sendero seguro que nos conduzca al Sumo Bien.
Estamos seguros de poder decir que la obediencia a Dios pasa por la obediencia a María, hasta tal punto que en la sincera devoción a tan excelsa Reina se manifiesta elocuentemente la divina predilección hacia las criaturas que han comprendido este admirable secreto del espíritu.
A tal propósito escribe San Luis María Grignion de Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a María, refiriéndose al libro de los Proverbios (VIII, 32):
«…finalmente, los predestinados siguen el ejemplo de la Santísima Virgen, su tierna Madre. Es decir, la imitan y, por esto, son verdaderamente dichosos y devotos y llevan la señal infalible de su predestinación, como se lo anuncia su cariñosa Madre: “Dichosos los que siguen mis caminos”, es decir, quienes con el auxilio de la gracia divina practican mis virtudes y caminan sobre las huellas de mi vida » (n. 200).
El singular compendio de todas las virtudes con el cual ha adornado la Divina Sabiduría a la Santísima Virgen es como el reflejo de aquella humildad inigualable que ha hecho de Ella Soberana de gracia y Madre de misericordia ante el Corazón Divino.
La obediencia de Santa María Virgen es la perfumada flor germinada en el surco de esta su insondable humilitas, que embriaga suavemente a toda alma deseosa de rendirle homenaje y de pedirle ayuda y protección.
El Santo Doctor de la Iglesia Alfonso María de Ligorio delinea algunos importantes principios teológicos sobre el papel de María Santísima a favor del pueblo cristiano:
«al llamar a María “Mediadora”, mi intención ha sido llamarla tan sólo Mediadora de gracia, a diferencia de Jesucristo, que es el primero y único mediador de justicia. Llamando a María “Omnipotente”… he pretendido llamarla así en cuanto que ella, como Madre de Dios, obtiene de Él cuanto le pide en beneficio de sus devotos… Llamando, en fin, a María nuestra “Esperanza”, entiendo llamarla tal porque todas las gracias (como entiende san Bernardo) pasan por sus manos» (cfr. op. cit., Parte I, Sobre la Salve Regina, Protestación del Autor).
El alma obediente a Dios –bajo el ejemplo de María Santísima– se halla toda ella invadida por el deseo de cumplir su voluntad a cualquier precio. No en otra cosa consiste el amor de las creaturas, como recuerda el mismo Salvador:
“El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama” (Ioann. XIV, 21).
Santo Tomás de Aquino, refiriéndose a esta afirmación del Señor, escribe:
“…hay quien tiene los mandamientos de Dios en el corazón mediante el recuerdo y la asidua meditación… Pero esto no basta si luego no los observa en el obrar… Otros tienen los mandamientos en la boca para recitarlos y para exhortar… También éstos, sin embargo, deben observarlos en sus obras… Otros, en fin, tienen los mandamientos en las orejas y los escuchan de buena gana y con diligencia… Mas esto tampoco basta si no los guardan”(Comentario al Evangelio según san Juan, XIV, § 1933).
Si es cierto que el culto más agradable a Dios es aquel de hacer su voluntad, al mismo tiempo no se puede no tener en cuenta la extraordinaria importancia del culto externo, del cual la Sagrada Liturgia constituye el medio privilegiado por el cual se actualiza.
La difundida práctica de los abusos en campo litúrgico durante los años del posconcilio ha producido profundas heridas en la Iglesia, desautorizando la preeminencia de aquel espíritu de obediencia al Magisterio de la Iglesia que debería caracterizar infaltablemente la expresión de la fe.
“El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes” (Benedicto XVI: Exhortación apostólica postsinodal Sacramentum Caritatis, n. 38).
Sabemos cómo el pretendido “espíritu del Concilio” constituye para algunos un instrumento para propugnar reivindicaciones oportunistas dirigidas a imponer inquietantes modos de pensar y de obrar. Son ellos responsables de peligrosas desviaciones teológico-pastorales que perjudican concretamente la vida de fe del pueblo de Dios.
La Sagrada Liturgia, en especial, es a menudo objeto de arbitrarias interpretaciones que trastornan su naturaleza y sus fines, causando sufrimiento y desorientación en los christifideles (fieles), convertidos en espectadores atónitos de prácticas marcadas por formas insólitas de creatividad exasperada.
Queridos fieles:
En este día significativo para vuestra piadosa organización, surgida del amor a Jesús y a su Iglesia, ofrezcamos nuestras plegarias para que la voz del Vicario de Cristo sea escuchada y amada por todos.
Imploremos a la Santa Madre de Dios, la más humilde y exaltada de todas las criaturas, aquellos sentimientos de humildad y de obediencia que Dios requiere de las almas devotas, a fin de que toda nuestra vida sea una liturgia de alabanza en el cumplimiento gozoso de la voluntad divina.
¡Sea alabado Jesucristo!
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