Es sugestivo que sea precisamente san Juan, el discípulo amado, el que nos da la noticia de la lanzada de Longinos. Recuérdese que el joven apóstol fue quien más cerca estuvo de Cristo en la Última Cena y recostó su cabeza en el pecho del Señor, como recogiendo los últimos latidos del Hijo de Dios antes de su Pasión. San Juan es para santa Gertrudis el primer confidente y amigo de ese corazón que a ella se le reveló profusamente. Era natural que no se le escapara el episodio de la lanzada y el detalle de que de la herida manó sangre y agua. Científicamente se ha explicado este hecho por la acumulación de la sangre y el plasma en el músculo cardíaco al nivel del pericardio al morir. La lanza habría liberado esos dos líquidos, en los que la mística ha visto la sangre redentora y el agua del bautismo.
La Iglesia, sacramento de salvación, nace así del costado de Cristo, de lo íntimo de su Divino Corazón, símbolo del amor. No es extraño que san Juan hasta su más avanzada edad insistiera en que lo más importante en el cristianismo era el amor. Amor de Dios hacia los hombres y de éstos a Dios; amor mutuo entre los hijos de un mismo Padre; amor en Jesucristo. De ahí la importancia que tiene la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que no es una más, sino la más importante de la piedad cristiana y el último remedio que ha sido dado a este mundo para su salvación, según testimonio de su gran confidente moderna, santa Margarita María de Alacoque.
La consideración espiritual que la caridad sugiere hoy tiene por objeto a los que se sufren en sus miembros: de parálisis, de tetraplejias, de invalidez que los imposibilita y los tiene, por así decirlo, clavados en una silla de ruedas o en un lecho; también a los que sufren física y moralmente en su corazón. Acordémonos de rezar por todos ellos. A veces su situación es tan desesperada que no ven alivio sino en la muerte, sin considerar que su dolor no es inútil y que la muerte no es una verdadera solución.
Por lo que respecta a la Santa Lanza, la primera referencia documental que de ella se tiene es una crónica placentina del año 570, cuyo autor, un tal Antonio, asegura haber visto en la basílica del Monte Sión las reliquias de la Corona de Espinas y la Santa Lanza. Esta noticia está confirmada por Casiodoro. En 615 Jerusalén fue conquistada por el rey persa Cosroes II, que se llevó las reliquias cristianas como trofeo a su palacio de Ctesifonte. En el expolio que tuvo lugar la lanza se quebró por la punta, quedando dividida en dos. La punta logró ser salvada por el bizantino Nicetas, que la llevó a Constantinopla, depositándola en la catedral de Santa Sofía. La otra parte de la lanza y las demás reliquias fueron recuperadas por el emperador Heraclio, que hizo la guerra a los persas, derrotando a Cosroes en la batalla de Nínive de 627. El historiador Arculpo dice haber visto la parte más grande de la lanza en la iglesia jerosolimitana del Santo Sepulcro en 670, pero en el siglo VIII fue también llevada a la capital del Bósforo.
La cuchilla de la lanza, que como se ha dicho ya estaba en Santa Sofia, había sido insertada en un icono. En 1244 el emperador latino de Constantinopla Balduino II la dio a san Luis IX juntamente con la Corona de Espinas (como se recordará cuando se habló la semana pasada de esta última reliquia). Para ellas hizo construir el rey de Francia la Sainte Chapelle cerca de su palacio. Sir John Mandeville, viajero inglés del siglo XIV, refirió haber visto la punta de la Santa Lanza en París y una reliquia bastante más grande también identificada como la Santa Lanza en Constantinopla, lo que concuerda con los datos que se han consignado. La llamada Lanza Hofburg, que se conserva en Viena, era la de los emperadores germánicos, pero no se trata de la Santa Lanza, sino de la lanza de Constantino, a la que el emperador hizo incorporar uno de los Santos Clavos (sería éste y no el de la Corona de Hierro la reliquia auténtica). Otras lanzas que se encuentran distribuidas por la Cristiandad con el apelativo de santas no son sino réplicas a cuya punta se han añadido limaduras de la Santa Lanza de París.
Pero vayamos a la Santa Lanza del Vaticano. Es ésta la que Cosroes II se había llevado a Ctesifonte y Heraclio recuperó, llevándola a Jerusalén, de donde, como se vio, fue llevada a Constantinopla. Al caer la ciudad bajo la invasión de los turcos selyúcidas la reliquia fue conservada como trofeo por los sultanes, pero en 1492 Bayaceto II –hijo y sucesor de Mahomet II– la donó a Inocencio VIII para asegurarse de que éste seguiría custodiando a su hermano el príncipe Djem (autor de una intentona de derrocar a Bayaceto mediante una revolución palaciega), que había sido capturado por los Caballeros de Rodas y entregado al Papa como valioso rehén. La Santa Lanza fue más tarde puesta bajo la bóveda miguelangelesca de la nueva basílica de San Pedro, en una de las esquinas del crucero. Sobre el emplazamiento de la reliquia se yergue una colosal estatua (obra de Bernini) que representa a san Longinos, el centurión que atravesó el costado de Nuestro Señor Jesucristo y recibió la fe a cambio.
SACRORUM LANCEAE ET CLAVORUM D.N.I.C.
Introitus
(Is XXI, 17-18 et 15) FODÉRUNT manus meas, et pedes meos: dinumeravérunt ómnia ossa mea: et sicut aqua effúsus sum. (Ps ibid., 15) Factum est cor meum tamquam cera liquéscens, in médio ventris mei. V. Glória Patri. Fodérunt manus meas, et pedes meos: dinumeravérunt ómnia ossa mea: et sicut aqua effúsus sum.
Oratio
DEUS, qui in assúmptae carnis infirmitáte Clavis affígi et Láncea vulnerári pro mundi salúte voluísti: concéde propítius ; ut, qui eorúmdem Clavórum et Lánceae solémnia venerámur in terris, de glorióso victóriae tuae triúmpho gratulémur in caelis: Qui vivis. R. Amen.
Epistola
Léctio Zacharíae Prophétae (Zach XII, 10-11 ; XIII, 6-7). HAEC dicit Dóminus: Effúndam super domum David, et super habitatóres Jerúsalem spíritum grátiae et precum: et aspícient ad me, quem confixérunt: et plangent eum planctu quasi super unigénitum, et dolébunt super eum, ut doléri solet in morte primogéniti. In die illa magnus erit planctus in Jerúsalem, et dicétur: Quid sunt plagae istae in médio mánuum tuárum ? Et dicet: His plagátus sum in domo eórum, qui diligébant me. Frámea, suscitáre super pastórem meum, et super virum cohaeréntem mihi, dicit Dóminus exercítuum: pércute pastórem, et dispergéntur oves: ait Dóminus omnípotens.
Graduale
(Ps LXVIII, 21-22) Impropérium exspectávit cor meum, et misériam: et sustínui, qui simul mecum contristarétur, et non fuit: consolántem me quaesívi, et non invéni. V. Dedérunt in escam meam fel, et in siti mea potavérunt me acéto.
Tractus
(Is LIII, 4-5) Vere languóres nostros ipse tulit, et dolóres nostros ipse portávit. V. Et nos putávimus eum quasi leprósum, et percússum a Deo, et humiliátum. V. Ipse autem vulnerátus est propter iniquitátes nostras, attrítus est propter scélera nostra. V. Disciplína pacis nostrae super eum: et livóre ejus sanáti sumus.
In Missis per annum post Graduale, omisso Tractu, dicitur:
Allelúja, allelúja. V. Ave, Rex noster: tu solus nostros es miserátus erróres: Patri obédiens, ductu s es ad crucifigéndum, ut agnus mansuétus ad occisiónem. Allelúja.
Tempore autem Paschali, omissis Graduali et Tractu, dicitur:
Allelúja, allelúja. V. Ave, Rex noster: tu solus nostros es miserátus erróres: Patri obédiens, ductus es ad crucifigéndum, ut agnus mansuétus ad occisiónem. Allelúja. V. Tibi glória, hosánna: tibi triúmphus et victória: tibi summae laudis et honóris coróna. Allelúja.
Evangelium
+ Sequéntia sancti Evangélii secúndum Ioánnem (Io XIX, 28-35). IN illo témpore: Sciens Jesus, quia ómnia consummáta sunt, ut consummarétur Scriptúra, dixit: Sítio. Vas ergo erat pósitum acéto plenum. Illi autem spóngiam plenam acéto, hyssópo circumponéntes, obtulérunt ori ejus. Cum ergo accepísset Jesus acétum, dixit: Consummátum est. Et inclináto cápite trádidit spíritum. Judaéi ergo (quóniam Parascéve erat) ut non remanérent in cruce córpora sábbato (erat enim magnus dies ille sábbati), rogavérunt Pilátum, ut frangeréntur eórum crura, et tolleréntur. Venérunt ergo mílites: et primi quidem fregérunt crura, et altérius, qui crucifíxus est cum eo. Ad Jesum autem cum veníssent, ut vidérunt eum jam mórtuum, non fregérunt ejus crura, sed unus mílitum láncea latus ejus apéruit, et contínuo exívit sanguis, et aqua. Et qui vidit, testimónium perhíbuit: et verum est testimónium ejus. Credo
Offertorium
Insurrexérunt in me viri iníqui: absque misericórdia quaesiérunt me interfícere: et non pepercérunt in fáciem meam spúere: lánceis suis vulneravérunt me, et concússa sunt ómnia ossa mea.
Secreta
SANCTÍFICET nos, quaésumus, Dómine, hoc sanctum et immaculátum sacrifícium vespertínum: quod unigénitus Fílius tuus in Cruce óbtulit pro salúte mundi: Qui tecum vivit et regnat. R. Amen.
Praefatio de Cruce
Communio
Vidébunt in quem transfixérunt, cum moveréntur fundaménta terrae.
Postcommunio
DÓMINE Jesu Christe, qui temetípsum in Cruce holocáustum immaculátum et spontáneum Deo Patri obtulísti: quaésumus ; ut ejúsdem sacrifícii oblátio veneránda indulgéntiam nobis obtíneat, et glóriam sempitérnam: Qui vivis et regnas cum eódem Deo Patre... R. Amen.
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