26 de febrero de 2012

Domingo I de Cuaresma.


El alma fiel saca de la tentación al mal el mismo fruto que de la inspiración del bien. Es ésta la ocasión para ella de llegar a la perfección de la virtud contraria con toda la buena voluntad de que es capaz.

Tentación de Cristo - Juan de Flandes


por el Padre Andrés Hamón ***

Veremos en nuestra oración: 1º que la tentación, lejos de ser un mal, puede traernos una gran ventaja; 2º de qué manera la tentación se convierte en bien. – Tomaremos en seguida la resolución: 1º de evitar a toda costa las tentaciones por la vigilancia sobre nosotros mismos y la unión con Dios; 2º de hacer frente a la tentación desde que nos demos cuenta de ella, y no inquietarnos. Nuestro ramillete espiritual serán las palabras del Apóstol Santiago: Felices los que soportan la tentaciónBeatus vir qui suffert tentationem (Jac., I, 12).

Meditación

Adoremos a Jesucristo tentado en el desierto por el demonio.

Es esta la mayor humillación que puede soportar un Dios: pero Jesús la sufrió porque vio que su ejemplo nos animaría en medio de nuestras pruebas y nos enseñaría que, cuanto más querida de Dios es un alma, más probada debe ser por la tentación. Agradezcámosle tan gran bondad.

Punto Primero

La tentación, lejos de ser un mal, puede traernos una gran ventaja.

Ningún mal moral es posible mientras la voluntad no lo quiera: mientras la puerta  de la voluntad esté cerrada, el demonio y la imaginación podrán meter ruido alrededor del corazón, pero no podrán alterar su pureza. He ahí porqué Jesucristo y todos los santos han soportado la prueba de la tentación, sin que esta prueba haya causado la menor lesión a sus almas. Ved por qué toda desolación en las tentaciones es sin razón. El desolarse es un despecho del amor propio, descontento de verse miserable, o una desconfianza de la bondad de Dios, que jamás falta a quienes le invocan, o la pusilanimidad de un alma, que se considera sola con su debilidad y lejos de los socorros de Dios. Lejos de ser un mal la tentación, puede, al contrario, traernos una gran ventaja. Pues, 1º ella nos da la ocasión de glorificar a Dios, porque, resistiendo generosamente, le probamos nuestra fidelidad, derrotamos a sus enemigos y triunfamos; 2º nos lleva a la humildad, enseñándonos el fondo malo que entre nosotros; al espíritu de oración, haciéndonos ver la necesidad de recurrir a Dios; a la vigilancia, advirtiéndonos que desconfiemos de nuestras fuerzas y evitemos la ocasión del mal; al amor divino, haciéndonos resaltar la bondad de Dios. A más de esto, evita el desaliento, despierta el fervor, da la virtud de un carácter más firme y más sólido (II Cor., XII, 9), nos enseña a conocernos (Eccli., XXXVI, 9), y da al alma más gracia en esta vida, y más gloria en la otra, en proporción a los méritos que la adornan, y la hace más digna de Dios, como está escrito de los santos: Dios, los ha probado y los ha encontrado dignos de Sí (Sap., III, 5). Ved por qué Dios decía al pueblo de Israel: “No he querido destruir a los Cananeos, para que tengáis enemigos que combatir” (Jud., II, 3); y el Papa San León dijo de la misma manera: “Es bueno al alma el temor de caer y el tener constantemente una lucha que sostener” (Serm., II). El alma fiel saca de la tentación al mal el mismo fruto que de la inspiración del bien. Es ésta la ocasión para ella de llegar a la perfección de la virtud contraria con toda la buena voluntad de que es capaz. En la tentación de los sentidos, se eleva a la infinita grandeza de Dios, colocada tan alto, más arriba de las miradas bajas y sensuales; en la tentación del espíritu, se abisma hasta la nada; en las tentaciones del placer, ama y abraza la cruz. ¿Es así como hemos sacado nosotros provecho de la tentación?

Punto Segundo

¿Con qué condiciones la tentación se convierte en bien?

Hay ciertas condiciones que se requieren antes, durante y después de la tentación: 1º antes de la tentación es necesario evitar todo lo que conduzca o incline al mal, por ejemplo: el trato con personas peligrosas, las miradas poco modestas, los modales y lecturas libres, las delicias de una vida muelle y sensual: el que ama el peligro, perecerá en el; el que cuenta con sus fuerzas será confundido. La desconfianza es madre de la seguridad; y exponerse voluntariamente al peligro es tentar a Dios, es hacerse indigno de su socorro. Además, es necesario no temer la tentación; temiéndola, se la hace nacer: lo mejor es no pensar en ella y dedicarse únicamente a lo que se tiene que hacer. 2º durante la tentación es necesario no entretenerse con ello, so pretexto de que es ligera; de otra manera, se apoderaría de nosotros; antes débese desecharla pronto, firme y tranquilamente; volverle la espalda con desprecio, sin siquiera dignarse mirarla; y, si produce algunas impresiones, basta desaprobarlas suavemente, dedicándose por completo a la acción presente. Los que se batieran con ella correrían riesgo de mancharse, y los que la rechazaran con esfuerzos excesivos, perderían la paz del corazón, el recogimiento del espíritu y la unción de la piedad. Si no se puede llegar a buen fin así, es necesario recurrir humildemente a Dios y decirle: “¡Oh Señor! ¡Cuán profunda es mi miseria! ¡qué mal haría yo en tener aún amor propio! ¡cuán bueno sois en amar a un pecador tal como yo! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! ¡oh vosotros todos, ángeles y santos, bendecid al Señor, que quiere humillar su amor hasta mi bajeza!”

Después es necesario olvidar la tentación; la reflexión la haría revivir. Es mejor tomar valor pacíficamente y reparar el mal pasado, si lo ha habido, haciendo perfectamente la acción presente; mirar a Dios y arrojarse en sus brazos con confianza y amor, diciéndole como el hijo pródigo: Padre mío, he pecado contra el cielo y contra Vos; o como el publicano; Dios mío, tened piedad de mí, que soy un pecador. Examinemos si hemos observado estas reglas durante la tentación y después de ella.


*** P. Andrés HAMÓN: Meditaciones para uso del clero y de los fieles para todos los días del año. Bs. As., Guadalupe, 1962, 2º Edición, Tomo I, pp. 496-499.

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