El alma fiel saca
de la tentación al mal el mismo fruto que de la inspiración del bien. Es ésta
la ocasión para ella de llegar a la perfección de la virtud contraria con toda
la buena voluntad de que es capaz.
Tentación de Cristo - Juan de Flandes |
por el Padre Andrés
Hamón ***
Veremos en nuestra
oración: 1º que la tentación, lejos de ser un mal, puede traernos una gran
ventaja; 2º de qué manera la tentación se convierte en bien. – Tomaremos en
seguida la resolución: 1º de evitar a toda costa las tentaciones por la vigilancia
sobre nosotros mismos y la unión con Dios; 2º de hacer frente a la tentación
desde que nos demos cuenta de ella, y no inquietarnos. Nuestro ramillete
espiritual serán las palabras del Apóstol Santiago: Felices los que soportan la tentación – Beatus vir qui suffert tentationem (Jac., I, 12).
Meditación
Adoremos
a Jesucristo tentado en el desierto por el demonio.
Es esta la mayor
humillación que puede soportar un Dios: pero Jesús la sufrió porque vio que su
ejemplo nos animaría en medio de nuestras pruebas y nos enseñaría que, cuanto más
querida de Dios es un alma, más probada debe ser por la tentación. Agradezcámosle
tan gran bondad.
Punto
Primero
La
tentación, lejos de ser un mal, puede traernos una gran ventaja.
Ningún mal moral es
posible mientras la voluntad no lo quiera: mientras la puerta de la voluntad esté cerrada, el demonio y la
imaginación podrán meter ruido alrededor del corazón, pero no podrán alterar su
pureza. He ahí porqué Jesucristo y todos los santos han soportado la prueba de
la tentación, sin que esta prueba haya causado la menor lesión a sus almas. Ved
por qué toda desolación en las tentaciones es sin razón. El desolarse es un
despecho del amor propio, descontento de verse miserable, o una desconfianza de
la bondad de Dios, que jamás falta a quienes le invocan, o la pusilanimidad de
un alma, que se considera sola con su debilidad y lejos de los socorros de Dios.
Lejos de ser un mal la tentación, puede, al contrario, traernos una gran
ventaja. Pues, 1º ella nos da la ocasión de glorificar a Dios, porque,
resistiendo generosamente, le probamos nuestra fidelidad, derrotamos a sus
enemigos y triunfamos; 2º nos lleva a la humildad, enseñándonos el fondo malo
que entre nosotros; al espíritu de oración, haciéndonos ver la necesidad de
recurrir a Dios; a la vigilancia, advirtiéndonos que desconfiemos de nuestras
fuerzas y evitemos la ocasión del mal; al amor divino, haciéndonos resaltar la
bondad de Dios. A más de esto, evita el desaliento, despierta el fervor, da la
virtud de un carácter más firme y más sólido (II Cor., XII, 9), nos enseña a
conocernos (Eccli., XXXVI, 9), y da al alma más gracia en esta vida, y más
gloria en la otra, en proporción a los méritos que la adornan, y la hace más
digna de Dios, como está escrito de los santos: Dios, los ha probado y los ha encontrado dignos de Sí (Sap., III,
5). Ved por qué Dios decía al pueblo de Israel: “No he querido destruir a los Cananeos, para que tengáis enemigos que
combatir” (Jud., II, 3); y el Papa San León dijo de la misma manera: “Es bueno al alma el temor de caer y el
tener constantemente una lucha que sostener” (Serm., II). El alma fiel saca
de la tentación al mal el mismo fruto que de la inspiración del bien. Es ésta
la ocasión para ella de llegar a la perfección de la virtud contraria con toda
la buena voluntad de que es capaz. En la tentación de los sentidos, se eleva a
la infinita grandeza de Dios, colocada tan alto, más arriba de las miradas
bajas y sensuales; en la tentación del espíritu, se abisma hasta la nada; en
las tentaciones del placer, ama y abraza la cruz. ¿Es así como hemos sacado
nosotros provecho de la tentación?
Punto
Segundo
¿Con
qué condiciones la tentación se convierte en bien?
Hay ciertas
condiciones que se requieren antes, durante y después de la tentación: 1º antes
de la tentación es necesario evitar todo lo que conduzca o incline al mal, por
ejemplo: el trato con personas peligrosas, las miradas poco modestas, los
modales y lecturas libres, las delicias de una vida muelle y sensual: el que
ama el peligro, perecerá en el; el que cuenta con sus fuerzas será confundido.
La desconfianza es madre de la seguridad; y exponerse voluntariamente al
peligro es tentar a Dios, es hacerse indigno de su socorro. Además, es
necesario no temer la tentación; temiéndola, se la hace nacer: lo mejor es no
pensar en ella y dedicarse únicamente a lo que se tiene que hacer. 2º durante
la tentación es necesario no entretenerse con ello, so pretexto de que es
ligera; de otra manera, se apoderaría de nosotros; antes débese desecharla
pronto, firme y tranquilamente; volverle la espalda con desprecio, sin siquiera
dignarse mirarla; y, si produce algunas impresiones, basta desaprobarlas
suavemente, dedicándose por completo a la acción presente. Los que se batieran
con ella correrían riesgo de mancharse, y los que la rechazaran con esfuerzos
excesivos, perderían la paz del corazón, el recogimiento del espíritu y la unción
de la piedad. Si no se puede llegar a buen fin así, es necesario recurrir
humildemente a Dios y decirle: “¡Oh Señor! ¡Cuán profunda es mi miseria! ¡qué
mal haría yo en tener aún amor propio! ¡cuán bueno sois en amar a un pecador
tal como yo! ¡Oh Jesús! ¡Oh María! ¡oh vosotros todos, ángeles y santos,
bendecid al Señor, que quiere humillar su amor hasta mi bajeza!”
Después es
necesario olvidar la tentación; la reflexión la haría revivir. Es mejor tomar
valor pacíficamente y reparar el mal pasado, si lo ha habido, haciendo
perfectamente la acción presente; mirar a Dios y arrojarse en sus brazos con
confianza y amor, diciéndole como el hijo pródigo: Padre mío, he pecado contra el cielo y contra Vos; o como el
publicano; Dios mío, tened piedad de mí,
que soy un pecador. Examinemos si hemos observado estas reglas durante la
tentación y después de ella.
*** P. Andrés HAMÓN:
Meditaciones
para uso del clero y de los fieles para todos los días del año. Bs.
As., Guadalupe, 1962, 2º Edición, Tomo I, pp. 496-499.
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